martes, 30 de septiembre de 2008
MARCHA POR LOS DERECHOS DE AUTOR
Mi solicitud del blog de ayer, para que me aconsejarais, ha obtenido algunas respuestas interesantes. Desde un supuesto periodista de Barcelona que me aconsejaba olvidar el asunto y dejar tranquila a la editora que se ha apropiado de cuatro novelas mías, hasta medios que me preguntan por el itinerario y la duración total.
Extremos estos de los que todavía no tengo nada claro. Es una idea que se me ocurrió el domino (un domingo más de desesperación, sin un euro en el bolsillo) y todavía no la he desarrollado del todo, aunque estoy en ello. De momento, he comenzado a entrenar, porque tengo 67 años y estoy bastante enfermo. Sufrí hace año y medio un infarto cerebeloso., soy diabético y padezco ataques violentos de asma. Pero no importa. Vivo día y noche con un solo pensamiento: lo que me han robado y el estado en que me encuentro por el robo de una señora hipócrita y presuntuosa. Tengo que hacer esfuerzos heroicos para no correr a suicidarme, porque no me queda NINGUN dinero para seguir sobreviviendo. Pero he llegado a la conclusión de que quizá sea más útil que suicidarme emprender esa caminata aunque muera, porque tal vez podría conseguir que España deje de ser diferente precisamente porque no paga a sus autores. La Ley de Propiedad Intelectual (sin mecanismos de control) enriquece a las editoras inescrupulosas, pero condena a los autores a la indigencia.
Hace cinco años que esa editorial no me paga mis derechos según las condiciones legales de los contratos, y para no volver a caer en lo que ya caí el 22 de julio, estoy proyectando, lo más meticulosamente que puedo, emprender la aventura de ir de Madrid a Barcelona caminando, a ver si consiguiera llamar la atención de los medios hacia mi problema y el de todos los escritores españoles.
Si alguien puede aportarme ideas de cómo habría que organizar la caminata, con objeto de recibir alojamiento y comida en las diferentes localidades y poder convocar a los medios, le agradecería su aportación, Escriban a la dirección:
luismelero@luismelero.com
DESPUÉS DE LA DESBANDÁ. Extraordinaria colaboración de los lectores.
Agradezco con el corazón los datos y anécdotas que tan abundantemente estáis proporcionándome. No sólo recibo mensajes de Málaga, sino de malagueños desparramados por todo el mundo. Muchas cuestiones importantes mew las han aclarado ya, pero sigo necesitando muchas más información de losd años comprendidos entre 1937 y 1947, sucesos sonoros, escándalos sexuales, juicios con gran repercusión, influencias y corrupción, catástrofes naturales, etc.
También necesito el nombre de los obispos de esa época, y si alguien lo conociera, el mes exacto en que Arias Navarro se hizo cargo de la fiscalía.
¿Cuántos encarcelados políticos llegó a haber en 1937? ¿A cuántos fusilaron?
¿Los asesinatos de la república fueron investigados, por ejemplo en Las Pellejeras?
¿Alguien sabe los nombres de los gobernadores civiles de esa etapa?
Me interesan anécdotas sobre el racionamiento, el estraperlo y el contrabando, tanto en la capital como en la costa. Si alguien se acuerda del prfecio del pan en 1937 y en 1946, sería útil. ¿Cuánto costaba el cine? Hurtos y asaltos en la calle.Fortunas repentinas Número aproximado de fusilados cada uno de esos años
Prostitución y curas.
Prometo consignar en los créditos los nombres de quienes me ayuden. Datos, anécdotas, circunstancias políticas de aquellos momentos, etc. Serán muy bienvenidos. NO COMPRÉIS MIS LIBROS EN LIBRERÍAS, SINO EN INTERNET. La editora de mis cuatro novelas más célebres, una inmoral estafadora y adúltera, se ha apropia ilícitamente de mis derechos de propiedad intelectual y de mis novelas. ES UNA LADRONA. No la enriquezcáis más. Comprad mis libros en www.leer-e.com
Aquí van las primeras páginas de un cuento del libro CUENTOS DEL AMOR VIRIL que publicaré próximamdente:
MILAGRO EN TEOTIHUACÁN
-La mayoría de los mexicanos tenemos sangre india -afirmó Javier Robledo.
Embozado bajo el gigantesco sombrero que le había obligado a ponerse el fotógrafo de turistas, Jenaro Asensi examinó el rostro de Javier. Que el mexicano prestase atención a la ranchera que estaba cantando con notable desafinación el grupo de mariachis, ayudaba a disimular la intensidad de la mirada. Javier no era guapo, pero su reciedumbre y la pastosidad de su voz le dotaban de un atractivo arrebatador y, sí, el trazado de sus cejas y sus ojos achinados, que le daban cierto parecido con Anthony Quinn, retrataban un porcentaje de sangre indígena; su densa y oscura pilosidad, sin embargo, la desmentía, dado que los amerindios suelen ser lampiños. Con los ojos cosidos a la esplendorosa sonrisa de Javier, Jenaro se preguntó si la visita a Ciudad de México iba a servirle para conquistar, por fin, lo que llevaba quitándole el sueño cerca de un año.
El traslado a Nueva York, un año antes, no pudo ser más incierto. Jenaro disponía sólo de cinco millones de pesetas, ahorrados con mucho esfuerzo, y necesitaba aprender inglés, el curso actoral y la experiencia de desenvolverse durante un año en la Babilonia norteamericana, para seguir creyendo en sí mismo como actor y darse gas para continuar en una profesión que en España era como una carrera de obstáculos. La austeridad que debía imponerse para resistir un año y volver a Madrid con medios suficientes para reiniciar la carrera, vedaba toda posibilidad de alquilar un apartamento privado. Gracias a un anuncio en uno de los periódicos en español, encontró habitación en el Bronx, en un piso compartido con dos latinoamericanos. Roberto, el uruguayo, era hematólogo; preparaba un master que le convertiría en una autoridad médica rioplatense. Javier, el mexicano, era un oscuro funcionario de la legación azteca ante las Naciones Unidas. Juntos, podían permitirse un apartamento de tres dormitorios, que según los parámetros neoyorkinos hubiera sido un lujo asiático para cualquiera de los tres. A Jenaro le asignaron la habitación que daba a la calle, puesto que era el que menos obligaciones laborales tenía y no importaba si el ruido le perturbaba el sueño, cosa que ocurría casi a diario. Se trataba de una habitación sin puerta, comunicada con el salón por un arco de medio punto, que había sido el despacho del propietario. Carecía de la privacidad que disfrutaban Roberto y Javier, y por ello le fue concedida una participación menor en los gastos. La falta de aislamiento fue el origen de todo.
Sólo había un aparato telefónico, y estaba en el salón. Sólo había un baño, cuya puerta daba también al salón. Tanto Roberto como Javier, acudían casi siempre en calzoncillos a las llamadas del teléfono; los dos entraban en el baño frecuentemente desnudos o, a lo sumo, cubiertos apenas por una toalla. Roberto, con su aspecto centroeuropeo, poseía una belleza algo fría; el hecho de tener novia fija y frecuentes aventuras con norteamericanas, que metía sin tapujos en su habitación, lo desterraba de las expectativas de Jenaro. Javier, en cambio, no parecía un mujeriego militante y su aspecto de macho tópico, ancho, robusto y fibroso como un cargador de puerto, le dotaba de un atractivo apremiante que ocasionaba la turbación de Jenaro mientras lo veía hablar por teléfono, despatarrado, acariciándose distraídamente. Fingiendo dormitar o sin necesidad de ello, puesto que Javier se comportaba con la desinhibición de un stripper, Jenaro lo contemplaba de soslayo, obligándose a esfuerzos heroicos para sacudirse la tentación de saltar a acariciarlo, a pesar de que nunca le había atraído su tipo. Antes del deslumbramiento de Javier, ni siquiera se fijaba en gente parecida.
Se preguntaba cuál sería la temperatura de su piel, cómo sería su arrebato táctil. Era la primera vez en su vida que se hacía esta clase de preguntas, puesto que, antes, lo único que percibía cuando alguien le interesaba era la magia que irradiase. Javier irradiaba magia, un intenso poder casi sobrenatural, pero era, al mismo tiempo, un prodigio de sensualidad de carácter animal que emitía ondas irresistibles y que excedía a cualquier ser humano que hubiera conocido jamás. Con el paso, primero, de las semanas y, luego, de los meses, el descubrimiento de la personalidad de Javier multiplicó por ciento su atractivo, porque poseía ciertas peculiaridades.
El primer atisbo lo tuvo Jenaro un viernes por la tarde, cuando sólo llevaba dos meses conviviendo con sus compañeros.
-¿No piensas salir? -preguntó Javier con la música de su acento
-Más tarde -respondió Jenaro, desperezándose en la cama-. Hay un montaje off Broadway que necesito ver y después me han invitado a una fiesta en el Village. Por eso trato de echarme una siestecita.
-Siento perturbarte el sueño; es que espero que me llame mi madre.
-¿Te ha dicho que va a llamarte?
-No. Necesito hacerle un encargo, y estoy transmitiéndole mentalmente el mensaje de que me llame ella. Si la llamara yo, tendríamos cuentas de teléfono astronómicas.
-A ver, Javier. ¿Quieres decir que crees que puedes influir telepáticamente en tu madre y obligarla a llamarte?
-Naturalmente. Lo hago casi todas las semanas.
Sin acabar de pronunciar esta frase, sonó el timbre del teléfono.
-¿Mami? -preguntó Javier antes de haber tenido tiempo de escuchar ningún sonido al otro lado del hilo.
Luego de sentir un escalofrío porque pareció que inundaba la habitación un hálito llegado de otro mundo, Jenaro escuchó estupefacto lo que siguió:
-Esta vez tardaste más en llamarme que otras veces, mami. Llevo desde esta mañana pensando en que me llames... No, no puedo viajar a Ciudad de México por mi cumpleaños, mami... por eso necesitaba que me llamases... Haré una pequeña fiesta en casa. Mándame por fax la receta de tu guacamole y tu enchilada, pues las de aquí apestan.
Cortada la comunicación, preguntó Jenaro:
-¿Lo consigues siempre que quieres o sólo eventualmente?
-Muy pocas veces falla. Cuando no le pongo toda la fuerza, porque tengo problemas.
Alrededor del rostro del mexicano parecía brillar un nimbo celestial que le hacía relucir el cutis y chisporrotear sus pupilas oscuras.
La mañana del cumpleaños, Jenaro se ofreció a aportar tapas de paella con la esperanza de aumentar la camaradería durante los preparativos.
-Cuidado -le dijo el mexicano, de espaldas a la mesa donde Jenaro picaba las hortalizas, y sin volver la cabeza -. Ese cuchillo puede hacerte daño.
Aparte del que estaba usando, había otros tres cuchillos sobre la mesa inestable en la que Jenaro trabajaba. Uno de ellos, el más pesado, se hallaba muy cerca del borde. El actor vio que iba a caer al suelo, de modo que soltó el que empleaba, con objeto de intentar detener la caída del otro, que podía herirle el pie. Al sujetarlo, se hizo un corte en la segunda falange del dedo corazón de la mano derecha. Gimió. Javier acudió presuroso.
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