viernes, 19 de septiembre de 2008

¿CUÁNTOS MILLONES HA ROBADO LA EDITORA?


En abril, la editora pretendió liquidarme un año de derechos sobre cuatro novelas de éxito, “otorgándome” la cantidad de 1.800 euros por todo 2007. Asombrado, llamé al contable que, antes de amenazarme con meterme en la cárcel, me aseguró que “hacemos tus cuentas como la de todos los autores”•.
¿También a los demás autores les defraudan los derechos que establece la Ley de Propiedad Intelectual?
En tal caso, ¿CUANTOS MILLONES DE EUROS LLEVA DEFRAUDADOS LA EDITORA EN CINCO AÑOS? ¿También le roba a Noah Gordon?
Ruego encarecidamente a los libreros que no vendan mis cuatro novelas publicadas con esta editorial, porque mi dinero se lo gasta en viajes de placer.
RUEGO APASIONADAMENTE A LOS LECTORES QUE NO COMPREN MIS LIBROS.
Pueden leer seis novelas nuevas mías con un portal de Internet que se llama Leer-e
Aquí pueden leer gratis la más popular, y después seguirán las otras tres editadas con esta estafadora.

LA DESBANDÁ. continuación

Miguel esperaba a su hermano Antonio en la parada del tranvía de la Acera de la Marina. El sitio de Mani en calle Nueva era tan bueno, que se le habían agotado los periódicos a las nueve y media de la mañana; si a Antonio no le habían sobrado ejemplares tras la animación marinera del desayuno en Las Cuatro Esquinas de El Palo, habría acabado su jornada laboral.
-¿Qué hay, Migue? -le saludó Angustias, la hija del barbero, de pasada y sin detenerse, como si quisiera disimular que había tomado la iniciativa del saludo.
-No corras tanto, chiquilla -rogó Miguel-, que vas a llegar allí antes de salir pallá. ¿A dónde vas?
Angustias se paró y , para no demostrar demasiado interés, sólo se volvió a medias hacia el muchacho, cuya expresión risueña y anhelante exteriorizaba sin disimulos el deslumbramiento que le causaba la joven. El sol, todavía no muy alto sobre la dársena del puerto, refulgía como un monte nevado en la sonrisa femenina y se multiplicaba en os enormes ojos verdes, que ella entrecerró para que él no advirtiera que también la deslumbraba.
-Al mercao de Atarazanas, a comprar castañas de asar. ¿Está mejor tu hermano?
-Así, así.
-¿Todavía no ha despertao?
-¡Qué va! Habrá que resignarse.
La expresión de Angustias se iluminó un poco más. Aunque reconocía para sus adentros que era una crueldad sentirlo así, le aliviaba que Mani pudiera no recobrar nunca la consciencia, porque, en tal caso, jamás desvelaría quién le había disparado y ella no se vería forzada a desterrar a Miguel de sus sueños. Unos sueños contra los que había luchado como una fiera, porque sabía que no podían ser más que el anticipo de la pesadilla en que la oposición de su familia convertiría sus ilusiones. Tras muchos meses de lucha, había tenido que aceptar su derrota y aunque no dejaba de afligirle la anticipación del drama, se sentía libre de soñar, y esa libertad se estaba convirtiendo en júbilo que estimulaba su audacia. Había tomado la iniciativa de un saludo que cualquiera del barrio consideraría poco menos que una desvergüenza en una mocita de su edad. Que se hundiera el mundo y arrastrara las malas lenguas al abismo, porque ella necesitaba que Miguel Rodríguez Robles del Altozano tomara cuenta de su existencia.
-¡Chiquilla, hay que ver lo bien que te sienta el sol en la cara! -exclamó Miguel, atónito por la cercanía de una belleza en la que no encontraba el menor defecto y agobiado por el ahogo que le producía que ella se dignara hablarle y sonreírle.
-A ti también, Migue; es una maravilla cómo brilla tu pelo. Parece oro viejo.
El piropo pilló al joven un poco a contrapié, por lo que dudó si corresponderlo, mientras miraba la cara de la muchacha y apartaba la vista una y otra vez, alternativamente, indeciso sobre cuál podía ser su estrategia y preguntándose si le valía la de siempre, la que empleaba con las demás, o sea, tensar los hombros e inflar el pecho para que el jersey no ocultase su fina musculatura labrada por un imaginero barroco, pasarse la mano derecha por el pelo dorado como si pretendiera alisárselo, para que ella se hipnotizara como todas, y acariciarse la entrepierna brevemente, simulando un gesto reflejo pero señalando, en realidad, que llenaba adecuadamente el pantalón. Decidió que nada de ello le valía en este momento, porque Angustias se alzaba en un universo propio que la situaba muy por encima de las muchachas del barrio, pero ¿qué podía servirle, qué tenía que hacer? La familia de Angustias, desde el aposentamiento en la calle Curadero, se mostraba tan altanera, que aunque ella le pareciera lo más hermoso que había visto jamás, no había entrado en sus cálculos la posibilidad de incluirla en su extensa colección de conquistas. La asombrosa realidad era que la joven granadina ni siquiera le inspiraba deseos sexuales, sólo veneración, como quien contempla de lejos una costosa e inaprensible obra de arte en un museo. Ahora, el elogio de su pelo la situaba en el mismo nivel pasional de las otras, porque era eso lo primero que todas alababan; si Angustias se mostraba dispuesta a bajar al territorio de la gente común, a lo mejor tenía alguna oportunidad de convencerla de ir juntos al huerto de La Virreina. Por lo tanto, le convenía devolver el piropo.
-Y tú... tienes los ojos más grandes que un mar donde se podrían pescar atunes y todavía quedaría sitio pa unas cuantas ballenas.
-Osú, Migue, hay que ver lo exagerao que eres.
-¿Exagerao? ¡Qué va! Mira, quédate quieta una mijilla...
-¿Qué pasa?
Angustias vio aproximarse la tez sonrosada y la mirada azul de Miguel, que se sumergía profundamente en sus ojos. Anheló que se atreviera a cometer la profanación; que la besara, aunque ella tendría que fingir indignación y amagar una bofetada.
-Estáte quieta, chiquilla, que veo ahí, en medio de tu ojo izquierdo, a un pobre hombre que ha naufragao en una isla desierta. Como muevas mucho los cañaverales de tus pestañas, vas a hacer que un ventarrón lo arrastre y el pobre desgraciao se caiga de la isla y se ahogue.
Angustias rió a carcajadas. Miguel decidió que había llegado el momento de echar la red:
-¿Quieres que te espere esta tarde?
-¿Dónde? -preguntó ella sin vacilación.
-¿En la esquina del Molinillo?
-No, allí podría vernos alguien que le iría con el chisme a mi madre. Mejor, en la puerta de la sacristía de San Felipe, a las siete y media. Te espero.
Angustias se alejó presurosa, como si temiera que él alegase algún impedimento. Miguel la contempló caminar, diciéndose que no sólo tenía las piernas preciosas, sino que las movía como nadie. La voz de Antonio, que acababa de saltar del pescante del tranvía, le sacó del ensimismamiento:
-¿Ya te la has trajinao, por fin?
-Hola, Antonio, ¿se te han acabao los periódicos a ti también?
-Sí, ya sabes. Lo de la otra noche en los Callejones del Perchel, con dos muertos y tantísimos deteníos, es una noticia de ésas que agotarían el doble de los periódicos de los días normales. ¿Te has conquistao a la niña del Granaíno?
-No sé.
-Ándate con cuidao, que dicen que su hermano tontea con los falangistas y tú sabes de más cómo se las gastan esos salvajes. ¿Es que no tienes chochos de sobra?
-No es éso, Antonio.
-¡Ah!, ¿no?
Antonio examinó al penúltimo de sus hermanos. Si él fuera una mujer y no un rudo sindicalista de la CNT y el Sindicato de Parados, ansiaría meterse en la cama con Miguel, por lo que de hecho suspiraban la mayoría de las muchachas del barrio, ya que todas se volvían pendones en su presencia. No creía que hubiera en el mundo alguien más guapo ni con mayor facilidad de seducir mujeres, pero, claro, a todo los cochinos les llega su San Martín, y ahora, por el tono y la expresión soñadora, su hermano parecía haberse enamorado.
-Bueno, Migue sea lo que sea, ve con cuidaíto. ¿Sabes algo nuevo del niño?
-Anoche dijo mamá que llevaba sin calentura desde la madrugá. Habrá que ir esta tarde, que aunque a mí me parecería mentira, a lo mejor hay novedades de pronto.
-Sí, tenemos que ir después de comer, a ver si despierta de una puñetera vez y me dice quién fue el hijo de puta que trató de matarlo. Recuerda tó lo que hemos hablao sobre eso y estáte al liquindoy.

A mediodía, Guaqui el Templao sudaba a chorros bajo el saco de alubias que arrumbaba del almacén al barco, cuando el carabinero le dijo al pasar:
-Oye, Guaqui, disculpa, que se me había olvidao, joé. Hay un pobre ciego que está esperándote desde la madrugá pa hablar contigo.
-¿Un ciego? Yo no me trato con ninguno. ¿Qué querrá?
No paró de hacerse mentalmente la pregunta hasta la hora del almuerzo. Cuando sonó la campana avisando de que era la una, deslió el bocadillo de chicharrones con manteca colorada y fue devorándolo con avidez canina mientras se acercaba al Chafarino. Se detuvo a dos metros, preguntándose si el carabinero no se habría equivocado con la ceguera, puesto que el anciano parecía mirarle mientras le sonreía.
-¿Eres el Templao? -preguntó como si le viera llegar y le reconociera-. ¿El amigo que tanto admira Mani?
Guaqui sintió asombro por tres razones. La primera, que Mani utilizara el mote para nombrarle; la segunda, que considerase que eran amigos; la tercera, que el hijo de Paula y hermano de Paco encontrara en él algo admirable.
-Sí... yo soy amigo del Mani. ¿Qué quería usted?
-Verás, yo vivo en la playa de La Isla y...
-¿Usted es el Chafarino? -el anciano asintió-. Mani me contó que lo había conocío.
-Es que ayer tarde vinieron a la playa los muchachos con los que él estaba cuando le conocí y lo que contaron me puso el corazón en un puño... ¿Es verdad lo del tiro y que lleva desde el verano en el hospital?
-Sí.
-Yo... -Omar Medina vaciló-, verás; quisiera que no te cieguen los prejuicios antes de que acabe de decir lo que quiero que sepas, para que me ayudes... o mejor dicho, para que ayudes a tu amigo. Sólo he hablado una vez con Mani, pero fue suficiente; desde aquel día, no he dejado de pensar en él. Hablamos cerca de dos horas y me pasó algo que ya me había ocurrido dos veces en mi vida: vi el futuro...
El Chafarino aguardó alguna palabra del Templao que expresara su incredulidad o, al menos, su escepticismo; pero el joven había decidido permanecer a la expectativa desde que al anciano se identificara como aquél de quien había oído decir que era un lunático. No pensaba burlarse, sino escucharle cortésmente y luego, olvidar sus locuras, y si sentía ganas de reír, se aguantaría hasta que no pudiera oírle.
-Me ocurrió la primera vez en mi isla de Congreso, donde nací. Una tarde de tormenta, al oscurecer, bajo el fragor de los truenos sentí como si estuviera leyendo un libro donde se contaba mi historia, pero no la del pasado, sino la que todavía no había sucedido. Lo estremecedor es que todo lo que vi en aquel libro se ha cumplido después. El día que hablé con Mani me pasó lo mismo; mientras me contaba las cosas del barrio y lo que experimentó contigo la noche de los júas, dentro de mi cabeza se abrió otra vez el libro, pero contaba la historia de tu amigo. Y lo que vi en ese libro era tan espantoso, que tuve que ponerme a hablar como una cotorra para evitar que lo hiciera él, para que no continuaran pasado páginas empapadas en sangre movidas por su voz. Cuando los muchachos hablaron ayer del tiro, fue como si leyera una de las páginas que leí aquel día y decía exactamente lo que vi entonces.
Guaqui reprimía la sonrisa. Hallaba patética la expresión aterrada del anciano al evocar unas imágenes que sólo podían ser delirios de una mente trastornada.
-No sonrías, Templao, aunque tienes derecho a pensar que estoy majareta.
Además de citar la risa contenida, la frase describía tan exactamente su pensamiento, que Guaqui sintió que la curiosidad ganaba en su ánimo espacio a la ironía.
-Mani me habló de ti, pero no de tus circunstancias, ¿comprendes lo que quiero decir? Me dijo que necesitaba ser tu amigo para que le ayudaras a conseguir dinero, que tú eras el adolescente más popular del barrio y otras apreciaciones así, y también me contó que trabajas en el puerto, pero de tu familia sólo me habló con entusiasmo enamorado de una hermana tuya que se llama Inma. De los otros diez no me dijo nada, ni de tu madre, ni del padre que os abandonó hace un año y se suicidó borracho, un mes después, tras despreciarle la bailaora del Café de Chinitas por la que dejó a tu madre, pero yo los vi a todos ellos en ese libro ensangrentado de mi cerebro.
Guaqui sintió un escalofrío; ni Mani ni nadie en el barrio sabía que su padre se había suicidado. De hecho, sólo lo sabían su madre y él y habían pactado no contarlo jamás al resto de la familia.
-¿Quién le ha dicho eso? -preguntó con un nudo en la garganta.
-No te asustes, Templao. Siento que tienes carácter y, con tu personalidad y tu fuerza, lo que veo dentro de mí no tendría que impresionarte más de lo que me impresiona a mí. Lo que deberíamos es tratar de aprovecharlo y, por ello, necesito que me ayudes con tu amigo, a ver si consiguiéramos evitar que se cumpla lo que dice el libro. ¿Es verdad que lleva cuatro meses inconsciente?
-Sí, pero ayer se le quitó la calentura y esta mañana estaba mucho mejor. Las monjas dicen que a lo mejor recupera pronto el sentío.
-Entonces, ha sido muy oportuno que se me ocurra venir hoy. ¿Puedes llevarme al hospital?

Continuará
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