lunes, 15 de septiembre de 2008

LA DESBANDÁ, la peor tragedia de la Guerra Civil, que los dos bandos se empeñaron en ocultar


Agradezco con el corazón las infinidades de correos que me llegan a la web.
Naturalmente que sigo publicando, pero no en papel mientras me acuerde de lo que me está pasando ahora. Este verano he publicado seis libros con un portal de Internet que se llama Leer-e. Lamentablemente, este portal no paga anticipos de derechos, por lo que las consecuencias terribles de la estafa de la editora siguen completamente vigentes. Tal cual; desahuciado de la vivienda, alimentándome mal a pesar de mis enfermedades, viviendo como okupa y no gastando ni zapatos.
Como ya les conté ayer, el viernes, me entrevistaron en Protagonistas, de Punto Radio, y hablamos de la apropiación de la editora y la situación que padezco. Terminada la emisión, recibí muchísimos correos, en mi web, de escritores que aseguran haber sido también víctimas de estafa por parte de sus editoriales. Afortunadamente, llegó también el correo de una especie de “hado madrino”, muy poderoso, que promete acelerar todos mis procesos.

Los libros que he publicado con Leer-e son: “Tres entre rayas”, “La espesura”, “La dama fingida”, “Los tercios de Omar Candela”, “Cal viva” y “Contra los cátaros, Europa se estancó”. Se trata de un portal que vende un soporte informático muy práctico, con forma de libro pero menos pesado, donde se descargan los libros a precios bajísimos, unos 4 euros.
Pero las consecuencias de la apropiación de la editora de mis cuatro últimas novelas impresas permanecen con toda su gravedad, minando mi salud y vida toda. Como he pedido a los libreros que no vendan estos cuatro libros, estoy ofreciendo aquí gratis LA DESBANDÁ, porque esta novela tiene creciente demanda cuatro años después de su publicación.

LA DESBANDÁ. Continuación
Cuando salían a la calle Huerto de Monjas, el Templao preguntó:
-¿Pelas la pava con mi Inma?
-Eso quisiera yo... -respondió, de nuevo ruborizado.
-¿Cuántos años tienes?
-Once he cumplío.
-Tienes dos años menos que ella.
-Pos me llega por aquí -Mani señaló su oreja derecha.
-Que no te vea yo ponerle las manos encima, ¿eh?
-¡Que dices, Guaqui! Yo no ofendería a tu hermana ni que me mataran, y mucho menos siendo tú su hermano. Si no tuviera una pechá de motivos pa admirarte, además me estás haciendo este favor tan grande.
-No te estoy haciendo ningún favor, Mani. Hasta la hora que me vaya al taller, no tengo ná que hacer. Tú sí que me hiciste un favor anteanoche; a lo mejor no te diste cuenta, pero si aquellos hijoputas se hubieran liao a tiros, tú habrías sío el primero en caer por venir a avisarme. Los tienes de piedra y te debo la vida, Mani.
-Pero... a ti te respetan tanto, Guaqui; a mí me da una pelusa cuando veo que te hacen tanto la pelota. El Quini dice...
-Mira, Mani; al Quini, ni agua... ¿No te das cuenta de que está perdío del tó? Ya no sabe hacer namás que afanar, y ya viste lo que hizo la noche de los júas, cargarse a un guardia. Si no estuvieran las cosas como están, que los guardias no dan abasto con tantos asaltos y navajazos que hay tós los días, ya nos habrían llevao al barrio en pleno a la comisaría de vigilancia, pa sacarnos información sobre el escondite de ese majareta perdío. El Quini tiene el porvenir más negro que los calzoncillos blancos del borracho de su padre.
-Esta tarde, me ha ofrecío un negocio...
-¡Mani! ¿Has hablao otra vez con él? ¡Estás pa que te encierren! Ni lo escuches, ¿me oyes? Si se te acerca, dale una patá en el culo.
Holgaba pedirle consejo sobre la propuesta; ¡un jornal de cuatro duros diarios que se esfumaba! Bueno, a lo mejor podía convencer al Templao de que le ayudase en algo más repentino y mucho más productivo, sin tener que exponerse un día tras otro, sólo una vez. Llegados al final de calle Larios, Mani preparó el dinero para el tranvía. En el momento de subir, el Templao le dijo:
-Paga tú namás, Mani; yo iré de rondón en el tope.
-Mi madre me ha dao dinero.
-Pos guárdalo, que falta te hace.
Durante la tediosa marcha del tranvía a lo largo de unos tres kilómetros, Mani lo veía agazapado, para que el conductor no le descubriese; lamentó no continuar conversando con él todo el trayecto, porque precisamente el Templao, el líder de los muchachos del barrio, era el único de su edad que no se burlaba de él, le trataba como a un igual y le hacía sentir que había acabado su niñez por fin.
Llegados a la parada, y luego de preguntar a un vendedor de melones, recorrieron varias calles siguiendo sus indicaciones.
-Mira, también andan asaltando tiendas por este barrio tan tranquilo -el Templao señaló la puerta y escaparates rotos de un ultramarinos.
-Y por allí arriba, hay un chalet quemao -informó Mani.
-Yo tengo que pedirte también un favor, Mani.
-Larga.
-Tu hermano Paco... en fin. Es el tío más cojonúo del barrio y yo quiero me lleve a su célula.
Mani no tenía ni idea de lo que la palabra significaba. Por otro lado, le parecía de pronto que todas las consideraciones del Templao estaban motivadas por la pretensión de que le sirviera de intermediario ante su hermano. Tal idea le produjo decepción y enojo, pero consiguió liberarse de ambos sentimientos con la idea de que él también quería usar a Guaqui como intermediario ante Inma.
-¿Qué quieres que le diga?
-Que soy un gachó fetén, que no me meto en líos y que estoy con la revolución.
Ante el rótulo donde figuraba el nombre que Paula había escrito en el papel, Mani sintió un estremecimiento. En la misma calle donde vivía el exministro estaba también la mansión que había asaltado con Quini.
-Guaqui... ¿te importaría llevar tú el vestío? Es en el número diecisiete.
-¿Qué te pasa?
-Me la voy a jugar si paso delante de aquella casa de allí.
-¿Por qué?
Le relató el episodio y sus consecuencias, con la posterior indagación del criado por el barrio del Molinillo y la visita a su madre.
-Pero... ¿cómo vas a desmontar el paquete de tu brazo sin arrugar el vestío, si lo llevas tó reliao? -opuso el Templao-. Venga, no tengas miedo, que yo voy de guardaespaldas y guardató. Pasaremos delante de esa casa tapándote yo con mi cuerpo. Anda.
Había pimenteros en las aceras que les embozaban a trechos, pero la verja de la mansión asaltada era muy larga. Recorrieron esa zona por la acera de enfrente y Mani vio de pasada que la vieja estaba en su ventana. Una vez que entregaron el vestido y recibieron el pago, al hacer el recorrido inverso, y a pesar de que el Templao le ocultaba, escucharon llamar:
-Manuel, Manuel -gritaba la señora, con la cabeza fuera de la ventana.
-Echa a correr, Guaqui -pidió Mani.
Elena Viana-Cárdenas James-Grey llamó a su mayordomo con un repique apremiante de la campanilla de plata.
-Rafael, acaba de pasar ese niño por la calle. Corre en su busca y tráemelo.
Desde la esquina, Mani vio que el criado salía precipitadamente de la mansión.
-Vamos a escondernos, Guaqui. ¡Corre!
Unos metros más allá de la esquina, el Templao le ayudó a saltar una verja completamente cegada por dentro por un seto de cedros, tras el cual permanecieron casi media hora, hasta que vieron al criado desistir de la busca y volver cabizbajo a la mansión. Iba rezongando, como quien espera que le reprendan.
-No sé por qué tanto empeño -dijo Mani-, si, total, no robé ná. La vieja de mierda mandó al gachó a buscarme en el barrio. Joé con la gachí. Hasta se atrevió el andoba a hablar con mi madre.
-¿Y qué le dijo ella?
-No lo sé, porque mi madre negó que ese majara hubiera estao visitándola.
-¡Qué raro! -exclamó el Templao.
-¿Quieres el Quitapenas, Guaqui?
-No necesitas gastar...
-Tengo dinero, Guaqui. Mira, cerca de tres pesetas.
-¿Tú beberías también?
-Una soda. Mi madre es capaz de notar a una legua si alguien ha bebío vino.
-Venga, te acepto la invitación.
Mientras el mayor paladeaba ante el mostrador de la taberna el sabor dulcemente aromático del vino y, para prolongar el rato de intimidad con el Templao, el menor se recreaba con el vaso de soda a pesar de la sed que sentía, Mani preguntó:
-Guaqui, ¿a ti te parece que Málaga morirá en la playa?
-No comprendo.
-He conocío a un viejo en la playa de La Isla que dice eso. Habla de cosas más raras... pero me ha gustao mucho escucharle. Se llama Chafarino.
-Sí, yo he sentío hablar de él, pero nunca lo he visto. Dicen que está loco.
-No parece un loco. Habla mejor que el cura.
-Málaga vive de la playa, de los boquerones, los jureles y los chanquetes -afirmó el Templao-; gracias al pescao no nos morimos de hambre. Eso de que Málaga vaya a morir en la playa es una majaretá. ¿Le hablarás a tu Paco de mí, Mani?
Se despidieron cuando faltaban sólo unos minutos para la hora que comenzaba el trabajo nocturno del Templao. Su última frase: "bueno, Mani, me lo he pasao fetén hablando contigo; se nota que eres hijo de quien eres. Otro diíta, cuando quieras, vamos al cine o a la playa, ¿vale?", le había causado júbilo. Quisiera o no valerse de él para acceder a Paco, parecía dar por sentado que eran amigos. Por ello, en cuanto entregó a su madre la paga del vestido, corrió en busca de Inma.
Al pasar ante su puerta, Concha la Chata le dijo en voz baja:
-Ven esta noche si quieres, Mani.
Ni siquiera le respondió. Aunque tras lo de la primera vez le había tratado como de costumbre, después de la segunda, cuando le había abierto la bragueta para extraer el pene, se mostraba muy risueña a la distancia, como si ahora lo mirase con otros ojos. Apresuró la carrera hacia el fondo de la calleja. Inma le estaba esperando, pues le había visto llegar antes de subir a ajustar cuentas con Paula.
-Toma, Mani, pero no se lo enseñes a nadie, ¿vale?
Le entregó un pañuelo bordado. Hasta ese instante, Mani no había caído en la cuenta de que sus nombres tenían las mismas letras con distinta disposición y el pañuelo se lo acababa de revelar. Trazos entrecruzados unían cada una de las letras dentro de un corazón. Si no estuviera tan severamente prohibido por su edad, las circunstancias del lugar, las costumbres y la advertencia del Templao, la habría besado. Se limitó a mirarla con intensidad, anhelando que ella percibiera el mensaje de amor que había en sus ojos.
Recorrió el barrio durante horas, porque necesitaba aceptar la invitación de Concha y no podía entrar en su habitación hasta que no hubiera cerrado la noche. Miró muchas veces la silueta del muro del convento; perplejo, descubrió que ya no le aterrorizaría más; algo importantísimo había cambiado en su interior los últimos cuatro días y se debía a dos personas de la misma familia, Inma y Guaqui; sin embargo, tenía que averiguar la verdad de una historia que cada vecino contaba a su manera y la razón de que la mancha resurgiera en la cal. También el Chafarino tenía que ver con el cambio; había bastado su consejo de que investigase, para mirar la mancha bajo un prisma nuevo; tenía que volver a la playa de La Isla, aunque no fuera más que por hacerle el favor de hablar con él, pero, la verdad, le gustaba sobremanera escucharle aunque lo que dijera fuese tan delirante. "Málaga morirá en la playa", ¡qué tontería! Tuvo un sobresalto al disponerse a irrumpir en el cuarto de Concha, porque, en el mismo instante que se acercaba al portal, salía el criado de culo gordo. Tuvo tiempo de esconderse en el portal vecino antes de que el hombre le viera, mientras trataba de imaginar el motivo de tanta insistencia, que Paula se negaría a explicarle. Una vez que lo vio abandonar la calle, entró en el cuarto de Concha con deseos redoblados.
Cuando su madre lo despertó a las siete menos diez de la mañana, sentíase más vigoroso que nunca; había dormido un montón de horas de un tirón, sin fantasmas ni oír los pedos ni desvelarle los diálogos murmurados por sus hermanos. Había dejado de ser niño. Optimista, corrió hacia la plaza de la Constitución, donde le aguardaba su hermano Miguel con los periódicos. Su expresión al verlo llegar era de enojo:
-Mani, la próxima vez que me hagas esperar, te voy a dar una tunda de hostias. Toma, te dejo cinco periódicos de más, porque ya no voy a poder vender tós los míos. Ten un real pal desayuno.
-¿Dónde está el Antonio?
-En El Palo, a ver si por allí vende más. Venga, desayuna rápido y vete a tu sitio, no sea que te lo quiten.

Continuará
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