miércoles, 17 de septiembre de 2008

LA DESBANDÁ. Las cuentas de la estafadora.


Anteayer, recibí un buró-fax de la editora estafadora, con unas farragosas cuentas que si las revisara un abogado experto en Derechos de Autor, se hartaría de reír porque una editora sea (o finja ser) tan ignorante de su propia materia. Lo insólito de los ignorantes presuntuosos y con mente infantil es que se creen sus propias invenciones y tratan seriamente de convencer al personal.

Lo que interesa a quien quiera leerme, es que he editado cuatro novelas con esa estafadora; hay casi cincuenta mil ejemplares en las múltiples ediciones y en la actualidad están vendiendo una de ellas con un sello que reza “best-seller”. Con todo eso, a mí ha pretendido la estafadora liquidarme mis derechos de 2007 con 1.800 euros.
(que tendrían que bastarme para vivir UN AÑO)
POR ELLO, Y SEGÚN LA LETRA CONTRACTUAL, ESTA MUJER HA PERDIDO CUALQUIER DERECHO SOBRE MIS CONTRATOS POR INCUMPLIMIENTO,
Y LAS OBRAS SON SÓLO MÍAS.
PUEDE SER ILEGAL VENDERLAS EN LIBRERÍAS.

En consecuencia,
RUEGO ENCARECIDAMENTE AL PÚBLICO QUE NO COMPRE MIS NOVELAS EN LIBRERIAS.
Pueden leer gratis aquí LA DESBANDÁ.

LA DESBANDÁ. Continuación
La monja brotaba de la pared convertida en estatua de mercurio, líquida y algo vagorosa, pero palpable y pesada. Fría. Marmóreamente fría. Más que pavor, causaba inquietud por la infinidad de preguntas que inspiraba y la imposibilidad de hallar las respuestas. Casi siempre era al primer vistazo una adolescente impúber, hermosa y mimada por su familia, la fortuna y el amor, pero en seguida acudían tétricas filas de monjas, gimiendo como plañideras, vestidas con harapos malolientes de desenterrados y con los rostros cubiertos de velos negros, para acosarla y maldecirla, mientras ella, que de repente era una vieja pintarrajeada como una prostituta, reía siniestramente a través de una boca desdentada de donde emergían como aullidos los pecados más monstruosos de la historia de la Cristiandad. Era un resplandor maravillosamente sugestivo a veces, pero sin transición se volvía amenazador, y entonces había que invocar a Imperio Argentina para que los demonios huyeran espantados con los repiques de castañuelas, y en cuanto se iba la artista hacia el barrio del Perchel, al otro lado del río Guadalmedina, persiguiendo a los gitanos que robaban pavos para comérselos asados con guindas, surgía como por ensalmo Concha la Chata, deslumbrante en una desnudez de diosa que no poseía, acariciando sin parar todos los penes que encontraba a su paso y una vez superado el vahído entre horrendo y glorioso del orgasmo, llegaba Inma, de cuyos ojos verdes manaban torrentes de luz como los de la Farola del puerto donde trabajaba el Templao, un faro que indicaba el camino para escapar del espanto, y ese camino conducía extrañamente hacia una playa donde un viejo ciego que parecía tener mejor vista que nadie le hablaba de la locura del mundo conduciéndolo hacia el Café de Chinitas, para que asistiese al reto que Paquiro lanzó a su hermano al dar las cuatro el reloj, afirmando que era más torero que él, mientras un torero lloraba junto al cadáver acuchillado de Rita la cantaora, lamentando no tener ya quien le dijera "Paco, llévame a los toros", pero de repente el viejo dejaba de ser ciego y viejo y era un adolescente, un sabio con todos los saberes griegos y babilonios, gritando en el mar de Galilea a una monja réproba que se apoyaba en el brazo de un falangista vestido con la parafernalia importada de Italia y Abisinia, que no era Serafín, sino su padre el barbero, quien iba asesinando niños a tiros por las calles entre las aclamaciones de la monja de mercurio, que brotaba una y otra vez de la pared y llegaba a replicarse hasta el infinito, para formar un batallón de lanceros bengalíes dotados de gigantescos pechos femeninos descubiertos, quienes componían una barrera de picas ante la barbería de Gustavo el Granaíno para que Antonio, Paco, Ricardo y Miguel Rodríguez Robles del Altozano no pudieran arrasarla para consumar su venganza, exaltados por los gritos de Guaqui el Templao que dirigía el ataque, vestido de negro luto. Pero el ángel rubio encaramado en el hombro izquierdo se apiadaba y borraba el campo de batalla para dibujar el edén maravilloso donde Paula Robles del Altozano, vestida de sedas recamadas de perlas, recogía su miriñaque al pasar entre los senderos de rosas y celindros, bañada por la luz dorada del sol como si ardiera un incendio de azafrán.

-¿Sigue la mejoría? -preguntó Paula a la monja, en el atrio del Hospital Civil.
-Anoche bajó la inflamación todavía más. Dice el médico que ya ha pasao lo peor.
-Entonces, ¿recuperará pronto el conocimiento?
-Eso, sólo Dios lo sabe.
Paula se impacientó.
-Pero... ¿lo sabe el médico?
-Tranquilízate, Paula. Hay que tener paciencia y humildad, y confiar en la misericordia infinita de Dios.
-Usted no sabe lo que dice. ¿Cómo voy a tener paciencia con un hijo que nadie me dice si lo he perdío o no? Llevo llorando toas las noches de cuatro meses y ya no creo que me queden lágrimas en el cuerpo.
-Los designios de Dios son inescrutables. Quién sabe si no será bueno que tarde en recuperarse, pa que haya tiempo de que los hermanos se tranquilicen y no piensen en barbaridades.
Paula se mordió el labio. La monja tenía razón y hablaba de lo que a ella le había angustiado todas esas noches de llanto. Si Mani salía del coma, sus hermanos lograrían arrancarle el nombre. En cuanto lo supieran, se desataría la guerra.
-Está arriba el chavea que viene tós los días -informó la monja.
-Lo imaginaba. Por eso me entretengo con usted, pa dar tiempo a que se vaya, porque me huelo que no quiere que yo me entere. Toas las mañanas corre delante de mí, volviendo la cabeza con disimulo.
-Es conmovedor. ¿Sabes lo que hace, Paula? -Tras la negativa, la monja continuó: -Le cuenta en susurros a tu hijo las cosas que pasan en el barrio y lo que hace él en el puerto, como si Mani pudiera oírle.
-A lo mejor lo oye -aventuró Paula, desafiante.
-Pudiera ser. Ojalá.
-¿Ha vuelto a venir el otro?
-¿El criado rarito? Sí. Mira, ahí está el paquete que le mandó la señora de La Caleta a tu hijo ayer. Por como huele, le manda gloria bendita.
-¿No le dije que no aceptara esos regalos?
-Oh, Paula. Eres demasiado intransigente. Ayer tarde, yo no estaba de guardia y no me acordé de advertírselo a la monja que me sustituyó, pero lo tuyo es provocar la ira de Dios Nuestro Señor. ¿Quién sabe si esa señora no tratará de favorecer a tu hijo por la inspiración misericordiosa de Jesucristo?
-Usted no sabe lo que dice. Déle el paquete a un pobre.
-¿Más pobre que tú? -ironizó la religiosa.

-Me han dicho las monjas abajo que se te va a curar la infección por fin, Mani, pero de verdad y no como la otra vez, que recaíste a los dos días, y aunque me da un alegrón, tengo un canguelo que me cago patas abajo, porque no voy a conseguir estar aquí cuando despiertes, y a lo mejor te da por largar el nombre del Serafín antes de darte cuenta de lo que haces ni pensar en las consecuencias de poner a toa tu familia enfrente de los falangistas de Málaga, que si te acuerdas de lo que vimos en calle Camas la noche de los júas te harás una idea de las cosas que están pasando. Como han aplastao la revolución y están matando a los mineros de Asturias como chinches, los fascistas están envalentonaos; hay en el barrio de La Trinidad una pila de mujeres, madres de activistas de izquierda, que las han violao antes de obligarlas a tragar litros de aceite de ricino y la semana pasá hubo una especie de guerra en la calle de la Victoria, cuando doce falangistas fueron a provocar a los gitanos en la plaza de Santa María. A mí me contó lo del tiro del Serafín un amigo del Quini, que este quinqui de mala muerte se lo chismeó antes de que se lo llevaran pal penal del Puerto, y en cuanto lo supe me vine pacá, a ver si podía ponerle un dique a la riá que se va a formar en cuanto se enteren tus hermanos, que destrozarán al Serafín y luego vendrán los del Serafín a destrozarlos a ellos y a ver lo que le harán a tu madre, que no quiero ni imaginarlo porque lloro cuando miro a la mía y me acuerdo de tu cara cuando vimos a aquella muerta apuñalá en la esquina de la calle de Los Cristos, la noche de los júas. Por lo menos, yo amenacé al que me lo dijo con que le cortaría la picha si se ponía a publicar el chisme por el barrio, pero ya sabes tú, Mani, cómo es nuestro barrio, que tó se acaba sabiendo, y en el momento más inesperao tu Antonio se va a enterar. Yo, ni siquiera me he acercao a tu Paco, con las ganas que tengo de que me lleve a su célula, por si se me escapara algo, pero seguro que cualquiera largará. Menos mal que han pasao ya cuatro meses y el lío se irá olvidando, pero ahora que dicen que podrías volver a este mundo, a lo mejor lo sueltas y yo no puedo estar aquí tó el santo día pa taparte la boca. Vengo tó lo temprano que puedo a ver si te pillo despierto el primero, antes de que te pongas a largar como una cotorra sin pensar en las consecuencias. Además, me da no sé qué verte ahí con los ojos cerraos y me entra mucho coraje por toas las cosas que estás perdiéndote. Mi Inma se pega unas pechás de llorar por ti que corren ríos de lágrimas calle Rosal Blanco abajo, y me parece que a ti te gustaría saberlo. He visto ya "La hermana San Sulpicio", que la Imperio está mejor y más guapa que nunca, y me muero de ganas de invitarte a que la veas tú. También te estás perdiendo las novedades, porque las cosas se están organizando mejor en el barrio ahora que hemos comprendío que el chivato de los guardias era el Serafín; lo hacemos tó con más disimulo y a lo mejor llega pronto la revolución, aunque con lo que ha pasao en Asturias, quién sabe si nos machacarán la jeta. En cuanto esté seguro de que no se me va a escapar ná de lo del tiro del Serafín, tengo que hablar con tu Paco, porque pa mí que él me explicaría mejor que nadie por qué se fue la revolución a pique en Madrid, Barcelona y, sobre tó, en Asturias, cuando estaba al alcance de la mano. Le voy a decir que soy mu buen amigo tuyo, ¿vale?; espero que no te dé coraje que abuse contándole esa mentira; pero, mira, Mani, que yo quería decirte que me gustó mucho hablar contigo las dos veces que tuvimos oportunidad, que por algo eres hijo de quien eres, y ahora estoy convencío de que con el tiempo serás uno de los fulanos más importantes del barrio y que si quieres que te proteja en el puerto pa trabajar con los ratas, po que eso está hecho. A lo mejor hasta me viene bien a mí, porque podemos hacerlo a medias, que ya sabes tú de más cómo está el panorama en mi casa. Ya te explicaré cómo sería, que yo iría guardando las bolsas que tú recogieras en un escondite chipén que yo me sé. Y bueno, que tengo que largarme, porque voy a llegar tarde al currelo y a ver si esta tarde me da tiempo de venir otro poquillo.

Paula quería quedarse un poco más junto a la cama de Mani, pero no podía prescindir de lo que le pagarían esa misma mañana por un vestido cuyo dobladillo aún tenía que coser. Deseaba aguardar el milagro que ahora parecía tan inminente, tras cuatro meses de zozobra y los desengaños de cada una de las veces en que la fiebre remitió un par de días para volver con mayor virulencia cuando ya se creía a punto de recuperar al menor de sus hijos, el que mayores esperanzas le inspiraba desde su alumbramiento, porque con él daba la impresión de que el destino quisiera corregir injustos designios del pasado, materializando la paradoja de los cuentos de hadas, colocar a un príncipe poco menos que en un estercolero para que alguien llegara a redimirlo con un beso. Ahora, por segundo día consecutivo, la frente tenía la sana tibieza de un niño de once años, desterrado el ardor de fragua que estuviera durante meses a punto de derretirle el cráneo. Ya no jadeaba como si pudiera rajársele el pecho. A pesar del enflaquecimiento, las mejillas volvían a teñirse con los tonos propios de un niño sano, cosa que no había sucedido durante ninguna de las mejorías anteriores, ya que entonces persistía el enrojecimiento febril. Pese a su delgadez, el cuerpo del niño recuperaba a ojos vista las armazones interiores, por lo que resurgía la arquitectura de unos volúmenes que le habían hecho sobresalir entre los de su generación desde siempre; en las últimas veinticuatro horas, había dejado de ser un muñeco desarticulado para convertirse de nuevo en el proyecto de hombre excepcional que pareciera desde su nacimiento. En cualquier momento podía abrir los ojos, pero no a los fantasmas del sueño como había hecho tantas veces durante los cuatro meses de muerte en vida, sino a la realidad del mundo en tiempo presente. El prodigio estaba a punto de suceder y ella no podía aguardarlo más, porque no disponía ni de seis reales para comprar en el mercado del Molinillo algo que preparar de comer a sus hijos y, por lo tanto, terminar el vestido era indispensable. La luz entraba a raudales por las ventanas gigantescas cubiertas de cortinas blancas movidas por la brisa; debían de ser más de las nueve. Tenía que apresurarse.

Mañana continuará
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