miércoles, 10 de septiembre de 2008
Lectura gratis. LA DESBANDÁ.
Como sabe ya toda España, la editora de mis cuatro últimas novelas ha estado apropiándose fraudulentamente de mis derechos de autor, durante cuatro años.
Aviso a todos los libreros de que no deben vender estas cuatro novelas, y que podría ser ilegítimo hacerlo, por incumplimiento de contrato de la editora. Pero como sé que La desbandá sigue teniendo mucha demanda, he decidido ofrecerla gratis en mis blogs.
Por otro lado, informo de que la cantidad de mis derechos que la editora se ha apropiado asciende a unos 70.000, sin contar todos los derechos del año en curso de 2008.
LA DESBANDÁ. Continuación
Mani sabía que tal permiso era muy improbable. A diario, Paula se quejaba ante sus cuatro hijos mayores de que la venta de periódicos impidiera a Mani ir a la escuela con toda la frecuencia que ella deseaba. Jamás permitiría que trabajase de noche.
-Conozco una casa en La Caleta... La he visto por dentro, y allí hay de tó... Es donde vive la dueña de la mitad de los barcos que tú cargas.
El Templao sonrió con indulgencia.
-Mani, aunque seas tan chiquitillo, eres un tío con toa la barba. Vales más que los mamarrachos que me rodean a toas horas. Pero no puedo meterme en líos, ¿lo entiendes? Ahora que, si quieres, mañana te invito al cine y después hablamos otro poquillo. Algo tendré que hacer pa agradecerte que vuelva entero a mi casa.
Pese a la decepción, Mani se sintió inmensamente feliz. El Templao no sólo le aceptaba a su lado, sino que le distinguía con una invitación que, al parecer, sólo le incluía a él. Subió la escalera en estado de levitación y encontró a Paula con los ojos enrojecidos, apoyada en la barandilla de la galería.
-¡Mani! ¿Dónde te habías metido? Tus hermanos están buscándote como locos por media Málaga.
Había olvidado completamente lo que le esperaba. Sus hermanos no estaban tratando de localizarlo porque tardase, sino para cartigarle por el asalto de La Caleta.
-Yo no he hecho ná, mamá.
-¿De qué hablas?
-De ese hombre que ha venío esta tarde a hablar contigo.
Paula apretó los labios mientras su tez palidecía, e inspiró hondo antes de replicar:
-Aquí no ha venido ningún hombre a hablarme de ná.
-¡Ah!, ¿no?
Mani examinó el rostro de su madre. No imaginaba lo que podía bullir en su pensamiento, pero presintió que le estaba mintiendo. ¿Por qué razón? ¿Por qué, en vez de reprenderle por el asalto trataba de negar la visita, que él estaba seguro de que había tenido lugar? No comprendía nada. Debía evitar dormirse, a ver si espiando a sus hermanos conseguía averiguar lo que supieran acerca de lo que Paula ocultara. Fueron Paco y Ricardo los primeros en llegar, se desnudaron con sigilo, convencidos de que Mani dormía, y se echaron en la colchoneta suavemente. Dio la impresión de que Paco reanudara en susurros una discusión que mantenían antes de llegar:
-Cuando se te empezaba a pasar la fiebre de los toros, te llenas de cruces hasta los canzoncillos. No sé si pensar que eres una maricona o un lunático.
-¿Por qué te metes en lo que no te importa, Paco?
-Porque acabaremos comiendo piedras, por el camino que vamos. Entre el Antonio con sus borracheras y locuras, y el Miguel, que no piensa más que en las faldas, vamos de mal en peor, Ricardo, y tú no haces más que meterte en la iglesia. Fíjate cómo está el niño -Paco señaló a Mani- más delgao que una espá núa, precisamente cuando más necesita comer bien, porque está en pleno desarrollo. Tós tenemos que hincar el espinazo, Ricardo, pero tú te pasas la vida soñando.
-Es raro el día que devuelvo algún periódico sin vender.
-Vender periódicos no es un trabajo verdadero, pa hombres sanos y fuertes como nosotros.
-¿Se te ocurre algo mejor?
Paco calló, porque no encontraba alternativa a pesar de los tumbos desesperados que Mani le veía dar, golpeando de puerta en puerta por toda la ciudad. Siendo el que con argumentos más contundentes y con mayor severidad enjuiciaba al gobierno, no participaba, como Antonio, en los desórdenes ni en los asaltos. El barrio había sido en otro tiempo un remanso de tranquilidad, con un estilo de vida más propio de una aldea, pero ahora bullía; el trasiego de gente extraña era constante; a diario llegaban vecinos sangrando por los enfrentamientos; lucir la nariz rota o la señal de la porra de un guardia tatuada en la espalda, se había convertido en un galardón. Ese hervidero no englobaba a Paco, que parecía hacer equilibrios entre todas las partes en que se desintegraba la vida sin comprometerse con ninguna.
Llegó Miguel, que se arrebujó en una esquina de la colchoneta y cayó dormido al instante. Al poco, llegó Antonio, cuya borrachera parecía haberse disuelto en la afanosa búsqueda de Mani. Como Paco parecía dormir ya, le preguntó a Ricardo:
-¿Dónde estaba el niño?
-Mamá no me lo ha dicho.
-Esto va acabar fatal, Ricardo.
-Si Dios no lo remedia...
-¿Por qué tienes que meter a Dios por medio? Ya no existe Dios. Esto se hunde, Ricardo. Esta noche, con la excusa de los júas, ha habío tiroteos por toa Málaga; han muerto cuatro putas en la calle Camas, dos hombres que asaltaban una tienda en la plaza de la Merced y un guardia en calle Mármoles. Mis compañeros del sindicato están tratando de conseguir armas, porque aquí, el que no le eche cojones...
-No te metas en más follones, Antonio. Lo digo por mamá, que no pase más malos tragos. Esta noche, cuando llegué la primera vez antes de que nos mandara a buscar al niño, estaba como enmorecía; parecía que le iba a dar un síncope. No quiero ni pensar lo que sufriría si supiera que tú, cuando las barbaridades de las iglesias...
-Cállate.
-Si ella lo supiera, se moriría del disgusto. Con lo devota que era del Cristo de Mena... Dios Nuestro Señor tenga misericordia de nosotros.
-¡Y que viva Durruti!
-Hay que decirle al niño por la mañana que ande con ojo.
-Yo lo aleccionaré -aseguró Antonio.
-Si papá...
-Calla, Ricardo -ordenó Antonio tapándole la boca con la mano, mientras acechaba el rostro de Mani para comprobar que dormía.
Se durmieron pronto. Mani se durmió también, sin lograr la información que pretendía. Pero llegaron Imperio Argentina, la Concha e Inma, sonriéndole provocativamente; mientras la artista cantaba y tocaba las castañuelas, Inma sólo sonreía, pero Concha no paró de tocar, apretar y estrujar... hasta que despertó. Miró alrededor, sin comprender qué le había despertado, porque todavía no se veía la luz del alba tras el balcón. Sus cuatro hermanos continuaban acostados, pero Paco estaba despierto, como si velara el sueño del menor de la familia. Sujetaba la cabeza con su mano, el codo apoyado en la colchoneta. Sonrió al verle abrir los ojos, y le guiñó.
-Ten cuidao, que vas a enfermar de tuberculosis -señaló el calzoncillo manchado.
Mani enrojeció.
-Sigue durmiendo, Mani. Todavía es mu temprano.
-Voy a ver si hay algún calzoncillo limpio, antes que el Migue despierte. Me cabrean sus bromas.
-¿Dónde estabas anoche, Mani?
El niño se acercó al segundo de sus hermanos, para que bajase la voz.
-¡Vi un tiroteo!
-¡Mani!, ¿estuviste en el fregao de la calle Camas?
-Lo vi de lejos. Iba paseando con... unos amigos que querían ver el júa de la calle San Juan.
-¿No te meterías en un follón de asaltos de tiendas ni ná así...?
-No, te juro que no, Paco.
-Oye, Mani, pon mucha atención. Están pasando cosas mu malas y esto no ha hecho más que empezar, ¿comprendes? Acabas de cumplir once años y todavía no te das cuenta, pero tienes que andar con muchísimo cuidao. Cuando alguien hable de política, ni abras la boca, ni con los unos ni con los otros. Si alguien te pregunta por nosotros, no sabes ná. Nunca menciones las cosas que tenemos aquí.
Las cosas eran, supuso Mani, los abundantes libros y folletos de Paco y dos paquetes muy pesados, envueltos en lona con fuertes nudos, que Antonio escondía en el baúl. Comprometió su silencio y fue a buscar los calzoncillos limpios.
La mañana siguiente, cuando estaba a punto de acabar de vender los periódicos en su esquina de la calle Nueva, se le acercó Quini.
-Rubio, ¿sabes si han preguntao los guardias por mí esta mañana?
-¡Yo qué sé! Vine pacá a las siete. ¿Qué ha pasao?
-Ná. Mira, dile a mi madre que si los guardias preguntan por mí, que yo estoy trabajando en la arrecogía de frutas, por Coín. ¿Lo harás?
Cumplió el encargo poco antes de apostarse en la esquina a la espera del Templao. Llegó como la tarde anterior, rojo de almagra.
-¿Cómo te llamabas?... ah, sí, Mani. Me tengo que dar un baño.
Su tono displicente le desanimó un poco, pero no quiso dejarse ganar por el desaliento. La pregunta de si la invitación continuaba en pie le hervía en los labios, pero se negó a hacerla. Por fortuna, el Templao añadió:
-En un cuarto de hora estaré listo. ¿Sigues queriendo ver la película?
-¡Claro!
Fue tras él hasta el corralón de la Torre, donde el Templao se despojó del pantalón y las alpargatas antes de entrar en su habitación en busca del balde. Mientras se echaba el agua por encima, Mani procuró descubrir si Inma andaba cerca.
-Vamos, Mani -le dijo el Templao veinte minutos más tarde.
Jubiloso, recorrió a su lado la calle Rosal Blanco y la del Huerto de Monjas; escoltaba al Templao y éste no parecía avergonzarse por ir junto a un mocoso como él. Tocó las monedas que aún guardaba en el bolsillo y dijo:
-No tienes que pagar mi entrada, Guaqui. Mi madre me ha dao dinero.
-Entonces, ve tú solo.
Mani sintió que el suelo se tambaleaba. Por fortuna, el Templao añadió:
-Una invitación es una invitación, Mani. Si tuviera cómo agradecerte lo que hiciste esta madrugá con algo más rumboso, lo haría, pero lo más que puedo es invitarte al cine, y no me vas a quitar el gusto.
Cuando salieron del cine al anochecer, el Templao no emprendió el regreso.
-Vamos a dar una vuelta por el puerto -propuso.
Por el camino, Mani trataba de encontrar un tema de conversación.
-Esta mañana, he visto al Quini por calle Nueva. Estaba de un raro...
-¿No te has enterao? Anoche, mató a un guardia en el júa de la calle Mármoles. Está loco perdío.
-Me dio un recao pa su madre. Que diga que no sabe dónde está.
-Natural. Ya ves lo que le cae a uno encima cuando da malos pasos.
A Mani le pareció que el Templao adoptaba un tono tan admonitorio y didáctico como su hermano Paco.
-Pero en su casa, comen tós los días mu bien -replicó.
-A ver qué comen ahora -sentenció el Templao-, con el Quini fugitivo y las borracheras del padre. Eso no es vida, Mani.
-Pero... si tó el mundo hace lo mismo. Mi hermano Antonio dice...
-No le hagas mucho caso a tu Antonio, Mani. Al Paco, sí; ése es un gachó con los pies
en el suelo.
Continuará mañana
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