martes, 30 de septiembre de 2008
MARCHA POR LOS DERECHOS DE AUTOR
Mi solicitud del blog de ayer, para que me aconsejarais, ha obtenido algunas respuestas interesantes. Desde un supuesto periodista de Barcelona que me aconsejaba olvidar el asunto y dejar tranquila a la editora que se ha apropiado de cuatro novelas mías, hasta medios que me preguntan por el itinerario y la duración total.
Extremos estos de los que todavía no tengo nada claro. Es una idea que se me ocurrió el domino (un domingo más de desesperación, sin un euro en el bolsillo) y todavía no la he desarrollado del todo, aunque estoy en ello. De momento, he comenzado a entrenar, porque tengo 67 años y estoy bastante enfermo. Sufrí hace año y medio un infarto cerebeloso., soy diabético y padezco ataques violentos de asma. Pero no importa. Vivo día y noche con un solo pensamiento: lo que me han robado y el estado en que me encuentro por el robo de una señora hipócrita y presuntuosa. Tengo que hacer esfuerzos heroicos para no correr a suicidarme, porque no me queda NINGUN dinero para seguir sobreviviendo. Pero he llegado a la conclusión de que quizá sea más útil que suicidarme emprender esa caminata aunque muera, porque tal vez podría conseguir que España deje de ser diferente precisamente porque no paga a sus autores. La Ley de Propiedad Intelectual (sin mecanismos de control) enriquece a las editoras inescrupulosas, pero condena a los autores a la indigencia.
Hace cinco años que esa editorial no me paga mis derechos según las condiciones legales de los contratos, y para no volver a caer en lo que ya caí el 22 de julio, estoy proyectando, lo más meticulosamente que puedo, emprender la aventura de ir de Madrid a Barcelona caminando, a ver si consiguiera llamar la atención de los medios hacia mi problema y el de todos los escritores españoles.
Si alguien puede aportarme ideas de cómo habría que organizar la caminata, con objeto de recibir alojamiento y comida en las diferentes localidades y poder convocar a los medios, le agradecería su aportación, Escriban a la dirección:
luismelero@luismelero.com
DESPUÉS DE LA DESBANDÁ. Extraordinaria colaboración de los lectores.
Agradezco con el corazón los datos y anécdotas que tan abundantemente estáis proporcionándome. No sólo recibo mensajes de Málaga, sino de malagueños desparramados por todo el mundo. Muchas cuestiones importantes mew las han aclarado ya, pero sigo necesitando muchas más información de losd años comprendidos entre 1937 y 1947, sucesos sonoros, escándalos sexuales, juicios con gran repercusión, influencias y corrupción, catástrofes naturales, etc.
También necesito el nombre de los obispos de esa época, y si alguien lo conociera, el mes exacto en que Arias Navarro se hizo cargo de la fiscalía.
¿Cuántos encarcelados políticos llegó a haber en 1937? ¿A cuántos fusilaron?
¿Los asesinatos de la república fueron investigados, por ejemplo en Las Pellejeras?
¿Alguien sabe los nombres de los gobernadores civiles de esa etapa?
Me interesan anécdotas sobre el racionamiento, el estraperlo y el contrabando, tanto en la capital como en la costa. Si alguien se acuerda del prfecio del pan en 1937 y en 1946, sería útil. ¿Cuánto costaba el cine? Hurtos y asaltos en la calle.Fortunas repentinas Número aproximado de fusilados cada uno de esos años
Prostitución y curas.
Prometo consignar en los créditos los nombres de quienes me ayuden. Datos, anécdotas, circunstancias políticas de aquellos momentos, etc. Serán muy bienvenidos. NO COMPRÉIS MIS LIBROS EN LIBRERÍAS, SINO EN INTERNET. La editora de mis cuatro novelas más célebres, una inmoral estafadora y adúltera, se ha apropia ilícitamente de mis derechos de propiedad intelectual y de mis novelas. ES UNA LADRONA. No la enriquezcáis más. Comprad mis libros en www.leer-e.com
Aquí van las primeras páginas de un cuento del libro CUENTOS DEL AMOR VIRIL que publicaré próximamdente:
MILAGRO EN TEOTIHUACÁN
-La mayoría de los mexicanos tenemos sangre india -afirmó Javier Robledo.
Embozado bajo el gigantesco sombrero que le había obligado a ponerse el fotógrafo de turistas, Jenaro Asensi examinó el rostro de Javier. Que el mexicano prestase atención a la ranchera que estaba cantando con notable desafinación el grupo de mariachis, ayudaba a disimular la intensidad de la mirada. Javier no era guapo, pero su reciedumbre y la pastosidad de su voz le dotaban de un atractivo arrebatador y, sí, el trazado de sus cejas y sus ojos achinados, que le daban cierto parecido con Anthony Quinn, retrataban un porcentaje de sangre indígena; su densa y oscura pilosidad, sin embargo, la desmentía, dado que los amerindios suelen ser lampiños. Con los ojos cosidos a la esplendorosa sonrisa de Javier, Jenaro se preguntó si la visita a Ciudad de México iba a servirle para conquistar, por fin, lo que llevaba quitándole el sueño cerca de un año.
El traslado a Nueva York, un año antes, no pudo ser más incierto. Jenaro disponía sólo de cinco millones de pesetas, ahorrados con mucho esfuerzo, y necesitaba aprender inglés, el curso actoral y la experiencia de desenvolverse durante un año en la Babilonia norteamericana, para seguir creyendo en sí mismo como actor y darse gas para continuar en una profesión que en España era como una carrera de obstáculos. La austeridad que debía imponerse para resistir un año y volver a Madrid con medios suficientes para reiniciar la carrera, vedaba toda posibilidad de alquilar un apartamento privado. Gracias a un anuncio en uno de los periódicos en español, encontró habitación en el Bronx, en un piso compartido con dos latinoamericanos. Roberto, el uruguayo, era hematólogo; preparaba un master que le convertiría en una autoridad médica rioplatense. Javier, el mexicano, era un oscuro funcionario de la legación azteca ante las Naciones Unidas. Juntos, podían permitirse un apartamento de tres dormitorios, que según los parámetros neoyorkinos hubiera sido un lujo asiático para cualquiera de los tres. A Jenaro le asignaron la habitación que daba a la calle, puesto que era el que menos obligaciones laborales tenía y no importaba si el ruido le perturbaba el sueño, cosa que ocurría casi a diario. Se trataba de una habitación sin puerta, comunicada con el salón por un arco de medio punto, que había sido el despacho del propietario. Carecía de la privacidad que disfrutaban Roberto y Javier, y por ello le fue concedida una participación menor en los gastos. La falta de aislamiento fue el origen de todo.
Sólo había un aparato telefónico, y estaba en el salón. Sólo había un baño, cuya puerta daba también al salón. Tanto Roberto como Javier, acudían casi siempre en calzoncillos a las llamadas del teléfono; los dos entraban en el baño frecuentemente desnudos o, a lo sumo, cubiertos apenas por una toalla. Roberto, con su aspecto centroeuropeo, poseía una belleza algo fría; el hecho de tener novia fija y frecuentes aventuras con norteamericanas, que metía sin tapujos en su habitación, lo desterraba de las expectativas de Jenaro. Javier, en cambio, no parecía un mujeriego militante y su aspecto de macho tópico, ancho, robusto y fibroso como un cargador de puerto, le dotaba de un atractivo apremiante que ocasionaba la turbación de Jenaro mientras lo veía hablar por teléfono, despatarrado, acariciándose distraídamente. Fingiendo dormitar o sin necesidad de ello, puesto que Javier se comportaba con la desinhibición de un stripper, Jenaro lo contemplaba de soslayo, obligándose a esfuerzos heroicos para sacudirse la tentación de saltar a acariciarlo, a pesar de que nunca le había atraído su tipo. Antes del deslumbramiento de Javier, ni siquiera se fijaba en gente parecida.
Se preguntaba cuál sería la temperatura de su piel, cómo sería su arrebato táctil. Era la primera vez en su vida que se hacía esta clase de preguntas, puesto que, antes, lo único que percibía cuando alguien le interesaba era la magia que irradiase. Javier irradiaba magia, un intenso poder casi sobrenatural, pero era, al mismo tiempo, un prodigio de sensualidad de carácter animal que emitía ondas irresistibles y que excedía a cualquier ser humano que hubiera conocido jamás. Con el paso, primero, de las semanas y, luego, de los meses, el descubrimiento de la personalidad de Javier multiplicó por ciento su atractivo, porque poseía ciertas peculiaridades.
El primer atisbo lo tuvo Jenaro un viernes por la tarde, cuando sólo llevaba dos meses conviviendo con sus compañeros.
-¿No piensas salir? -preguntó Javier con la música de su acento
-Más tarde -respondió Jenaro, desperezándose en la cama-. Hay un montaje off Broadway que necesito ver y después me han invitado a una fiesta en el Village. Por eso trato de echarme una siestecita.
-Siento perturbarte el sueño; es que espero que me llame mi madre.
-¿Te ha dicho que va a llamarte?
-No. Necesito hacerle un encargo, y estoy transmitiéndole mentalmente el mensaje de que me llame ella. Si la llamara yo, tendríamos cuentas de teléfono astronómicas.
-A ver, Javier. ¿Quieres decir que crees que puedes influir telepáticamente en tu madre y obligarla a llamarte?
-Naturalmente. Lo hago casi todas las semanas.
Sin acabar de pronunciar esta frase, sonó el timbre del teléfono.
-¿Mami? -preguntó Javier antes de haber tenido tiempo de escuchar ningún sonido al otro lado del hilo.
Luego de sentir un escalofrío porque pareció que inundaba la habitación un hálito llegado de otro mundo, Jenaro escuchó estupefacto lo que siguió:
-Esta vez tardaste más en llamarme que otras veces, mami. Llevo desde esta mañana pensando en que me llames... No, no puedo viajar a Ciudad de México por mi cumpleaños, mami... por eso necesitaba que me llamases... Haré una pequeña fiesta en casa. Mándame por fax la receta de tu guacamole y tu enchilada, pues las de aquí apestan.
Cortada la comunicación, preguntó Jenaro:
-¿Lo consigues siempre que quieres o sólo eventualmente?
-Muy pocas veces falla. Cuando no le pongo toda la fuerza, porque tengo problemas.
Alrededor del rostro del mexicano parecía brillar un nimbo celestial que le hacía relucir el cutis y chisporrotear sus pupilas oscuras.
La mañana del cumpleaños, Jenaro se ofreció a aportar tapas de paella con la esperanza de aumentar la camaradería durante los preparativos.
-Cuidado -le dijo el mexicano, de espaldas a la mesa donde Jenaro picaba las hortalizas, y sin volver la cabeza -. Ese cuchillo puede hacerte daño.
Aparte del que estaba usando, había otros tres cuchillos sobre la mesa inestable en la que Jenaro trabajaba. Uno de ellos, el más pesado, se hallaba muy cerca del borde. El actor vio que iba a caer al suelo, de modo que soltó el que empleaba, con objeto de intentar detener la caída del otro, que podía herirle el pie. Al sujetarlo, se hizo un corte en la segunda falange del dedo corazón de la mano derecha. Gimió. Javier acudió presuroso.
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lunes, 29 de septiembre de 2008
CAMINATA REIVINDICATIVA. España no paga derechos de autor
España es el único país desarrollado del mundo que trapichea con los derechos de autor. A cualquier ojo razonablemente crítico, le resultaría increíble repasar las liquidaciones que presentan las editoriales a sus autores, sobre todo la que ha editado mis últimas cuatro novelas.
Esa editorial no me paga mis derechos según las condiciones legales de los contratos, y para no volver a caer en lo que ya caí el 22 de julio, estoy considerando seriamente emprender la aventura de ir de Madrid a Barcelona caminando, a ver si consiguiera llamar la atención de los medios hacia mi problema.
Tango 67 años y estoy bastante enfermo. Entre otras enfermedades graves, padecí hace año y medio un infarto cerebeloso. Pero no importa. Vivo día y noche con un solo pensamiento; tengo que hacer esfuerzos tremendos para no correr a suicidarme, porque no me queda NINGUN dinero para seguir sobreviviendo. Quizá sea más útil que suicidarme emprender esa caminata aunque muera, porque tal vez podría conseguir que España deje de ser diferente precisamente porque no paga a sus autores. La Ley de Propiedad Intelectual (sin mecanismos de control) enriquece a las editoras inescrupulosas, pero condena a los autores a la indigencia.
Si alguien tiene idea de cómo habría que organizar la caminata con objeto de recibir ayuda en las diferentes localidades y poder convocar a los medios, le agradecería si aportación a la dirección
luismelero@luismelero.com
DESPUÉS DE LA DESBANDÁ. Extraordinaria colaboración de los lectores.
Agradezco con el corazón los datos y anécdotas que tan abundantemente estáis proporcionándome. No sólo recibo mensajes de Málaga, sino de malagueños desparramados por todo el mundo. Muchas cuestiones importantes mew las han aclarado ya, pero sigo necesitando muchas más información de losd años comprendidos entre 1937 y 1947, sucesos sonoros, escándalos sexuales, juicios con gran repercusión, influencias y corrupción, catástrofes naturales, etc.
También necesito el nombre de los obispos de esa época, y si alguien lo conociera, el mes exacto en que Arias Navarro se hizo cargo de la fiscalía.
¿Cuántos encarcelados políticos llegó a haber en 1937? ¿A cuántos fusilaron?
¿Los asesinatos de la república fueron investigados, por ejemplo en Las Pellejeras?
¿Alguien sabe los nombres de los gobernadores civiles de esa etapa?
Me interesan anécdotas sobre el racionamiento, el estraperlo y el contrabando, tanto en la capital como en la costa. Si alguien se acuerda del prfecio del pan en 1937 y en 1946, sería útil. ¿Cuánto costaba el cine? Hurtos y asaltos en la calle.Fortunas repentinas Número aproximado de fusilados cada uno de esos años
Prostitución y curas.
Prometo consignar en los créditos los nombres de quienes me ayuden. Datos, anécdotas, circunstancias políticas de aquellos momentos, etc. Serán muy bienvenidos. NO COMPRÉIS MIS LIBROS EN LIBRERÍAS, SINO EN INTERNET. La editora de mis cuatro novelas más célebres, una inmoral estafadora y adúltera, se ha apropia ilícitamente de mis derechos de propiedad intelectual y de mis novelas. ES UNA LADRONA. No la enriquezcáis más. Comprad mis libros en www.leer-e.com
Aquí van las primeras páginas de un exótico cuento de unos de los libros que preparo:
PLUMAS
Monty Mount tomó asiento sobre la maleta dispuesto a armarse de paciencia y esperar lo que hiciera falta, a pesar de que eran las siete de la mañana del primero de enero.
Cuando Guillermo Urzaiz se disponía a entrar en el aparcamiento del edificio donde vivía, de regreso de la fiesta de fin de año, vio que había ante el portal un hombre sentado sobre una maleta. "Hay gente para todo -pensó-. ¡A quién se le ocurre hacer guardia en esa circunstancia, un día de Año Nuevo a las siete y media de la mañana!" Excitada su curiosidad, una vez estacionado el coche, en vez de tomar el ascensor hasta el piso subió la escalinata que comunicaba el aparcamiento con el portal, con el propósito de dar una ojeada a tan extravagante personaje. Lo reconoció a la primera mirada y al decirse que sí, que era él, sin duda, quiso que se lo tragara la tierra.
-¡Monty!, ¿qué haces aquí?
-Te mandé un telegrama ayer desde Miami.
-¿A qué hora?
-Un poco antes de subir al avión. Serían las tres.
-Pasé todo el día ayudando a mi amigo a preparar la fiesta de Nochevieja. ¿No me dijiste anteayer por teléfono que no podías venir?
-Eso fue lo que creí. Después, comprobé que me podía escapar tres días. Llamé a todas las agencias de viaje, pero todos los vuelos Nueva York-Caracas estaban completos. Lo solucioné viajando a Miami y tomando luego el vuelo Miami-Caracas.
Mientras el ascensor subía, Guillermo observó a Monty con ganas de carcajearse. Recordó el refrán "tanto va el cántaro a la fuente..." y el cuento del cabrero que engañaba constantemente a sus vecinos diciendo que venía el lobo, hasta que un día vino el lobo de veras y los vecinos, escarmentados, no acudieron a ayudarle. Monty llevaba dos años anulando en el último momento viajes a Caracas que había programado con todo detalle y tras comunicar a Guillermo incluso la hora de llegada. La última vez, cuando aseguró a principio de diciembre que quería hacer un safari fotográfico para retratar pájaros tropicales en Venezuela, Guillermo apenas se tomó en serio el proyecto; la llamada del día treinta le pareció una de tantas, otra anulación de la llegada de un lobo que nunca llegaría. Había salido el treinta y uno por la mañana temprano, requerido por Erasmo, a quien su padre le había cedido su mansión para celebrar con sus amigos la nochevieja. "Tú eres uno de los íntimos -le dijo a Guillermo-. Tienes que ayudarme, sobre todo preparando sangría española para doscientas personas". Durante todo el día treinta y uno, no sólo no había tenido tiempo de pensar en Monty; jamás había creído en la posibilidad de que viajase.
Desde que lo conociera en la fiesta de unos portorriqueños en Nueva York, sabía que a Monty no se le podía tomar muy en serio.
-¿Has estado toda la noche en la puerta? -le preguntó mientras le invitaba a entrar primero en el apartamento.
-No. Cuando vi que no estabas en el aeropuerto, te llamé por teléfono. Estuve llamando tres horas y, una vez que me convencí de que ya no ibas a volver al apartamento, le pregunté a un taxista dónde había una fiesta bonita de fin de año. Creo que el sujeto me confundió, porque me llevó al Hotel Tamanaco. Imagina, Guillermo, yo entre las parejas más repugnantemente burguesas que puedas imaginar. De todos modos, me divertí mucho observando a esa gente encopetadamente hortera y cubierta de laca hasta los sobacos. Cuando la fiesta terminó, tomé otro taxi, dispuesto a esperarte hasta que llegaras.
-Pues te has librado de un buen plantón. Antes de terminar la fiesta, me propusieron ir directamente a Canaima. No acepté, porque estaba cansado. Y ahora, ¿qué voy a hacer contigo?
-Si estás cansado, da igual.
-No, Monty, ¿cómo voy a hacerte eso? ¿Quieres de verdad fotografiar pájaros?
-Eso esperaba.
-Bueno, permite que me dé una ducha, y saldremos dentro de un rato.
Aunque todavía era temprano cuando emprendieron viaje, y a pesar de ser primero de enero, comenzaba a haber embotellamiento de tráfico cerca del túnel por donde la autopista salía de Caracas con dirección a La Guaira. Ese punto era un cuello de botella donde el tráfico discurría casi siempre muy lento, lo que ocasionaba que, en el último medio kilómetro antes del túnel, se apostaran centenares de buhoneros vendiendo toda clase de cosas, desde unas bananas minúsculas y deliciosas que llamaban "cambur pera", hasta calzones de baño, pasando por equipos simples de buceo, cremas solares, zapatillas, artículos de higiene y un extenso surtido de frutas tropicales.
Un buhonero se acercó a la ventanilla del Chevrolet Malibú blanco que conducía Guillermo. Su mercancia era, exclusivamente, cajas de condones. Monty compró tres de a docena.
-¿Para qué quieres tantos condones, Monty?
-No sé. El buhonero era guapísimo.
Pasada la Guaira, debían recorrer casi cien kilómetros hacia el este, en busca de una zona que no tenía carreteras asfaltadas, donde la selva llegaba hasta el mar, desembocaban múltiples arroyos cristalinos y abundaban bandadas inmensas de toda clase de pájaros hermosísimos. También en ese trecho de carretera el tráfico iba lento, y el agobio del calor les obligó a parar unos treinta kilómetros antes de llegar al punto que Guillermo consideraba idóneo para las fotografías de Monty; estacionaron junto a una playa muy concurrida para darse un chapuzón y refrescarse lo suficiente para proseguir el viaje.
Guillermo se lanzó al agua nada más llegar. Nadó durante una media hora. De regreso a la playa, notó el alboroto: Había muy pocos nadando, por lo que temió que alguien hubiera dado la alarma sobre merodeo de tiburones, cosa no muy rara en esas costas. Cuando daba las últimas brazadas en el rompeolas, descubrió que la gente no estaba alarmada, sino todo lo contrario; todos reían a carcajadas. A punto de dejar de nadar, porque sintió que ya no le cubría el agua, su cabeza tropezó con un globo inflado. Al dejarlo atrás flotando, comprendió que no era exactamente un globo, sino un condón. Llegado a la arena, vio en toda su extensión lo que había originado el alboroto. Los treinta y seis condones que Monty había comprado flotaban agigantados por el aire de sus pulmones en toda la línea de la playa.
-Vámonos -le dijo al norteamericano-, antes de que un padre furioso nos denuncie a la policía.
Monty gastó esa tarde quince rollos de película fotográfica. Observándolo, Guillermo reflexionó sobre lo diferente que parecía cuando trabajaba. En las horas de relax, era insoportablemente bromista. Trabajando, en cambio, se concentraba con la abstracción de un místico.
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viernes, 26 de septiembre de 2008
NO COMPRÉIS MIS NOVELAS EN LIBRERÍAS, SINO EN INTERNET
La editora de mis cuatro novelas más célebre es una inmoral estafadora y adultera, que se ha apropiado ilícitamente de mis derechos de propiedad intelectual y de mis novelas. ES UNA LADRONA. No la enriquezcáis más. Comprad mis libros muchísimo más baratos en www.leer-e.com
Cuéntame algo para DESPUÉS DE LA DESBANDÁ.
“Después de la desbandá” más que medio redactada, está casi acabada ya. Todos mis amigos lectores dicen que es mucho mejor; como la segunda parte de “El padrino”, es superior a la primera; porque se trata de una historia poderosa, apasionante y sorprendente.
Cuento reapariciones inesperadas, tensión e incertidumbre sostenida sobre dos de los personajes, grandes amores, amores inconvenientes, ternura, pasión y dolor.
Pero me faltan importantes datos “ambientales. Tal vez puedas facilitarme algunos, escribiéndome a
luismelero@luismelero.com
DATOS QUE NECESITO:
Años 1937, 1938, 1939, 1940, 1941, 1942, 1943, 1944, 1945, 1946, 1947:
Sucesos muy sonoros de esa década (con sus fechas): ballets rosados, casos famosos judiciales, redadas, tráfico de influencias, crímenes, estafas, catástrofes, riadas, loterías, etc.
Obispos de Málaga durante esos años. Fecha de inauguración del diario SUR.
Fecha en que Arias Navarro se hizo cargo de la fiscalía militar de Málaga. Número de fusilados en 1937. Número de encarcelados en 1937. Maquis, refugios y zonas de mayor actividad. Rastreo de fusilados de la república.
Gobernadores civiles de Málaga cada uno de esos años. Alcaldes de Málaga cada uno de esos años. Racionamiento, comienzo, final. Estraperlo. Contrabando y contrabandistas entre Málaga, Antequera, Ronda, Algeciras y Gibraltar.
Precio del pan, entradas de cine, kilo de papas, cada uno de esos años. Precio de las entradas a los cines. Trapicheo y hurtos en la calle.
Fortunas repentinas Número de fusilados cada uno de esos años.Ambientes de la prostitución. Curas raritos.
La novela está muy avanzada, pero sin mencionas datos de la época me siento en arenas movedizas.. Agradeceré vivamente vuestra colaboración, y dependiendo de vuestra ayuda, os consignaré en los créditos
Reproduzco la primera parte de uno de los cuentos que tengo organizados en libros de relatos, este sobre las relaciones con franceses.
NO COMPFRÉIS MIS NOVELAS EN LIBRERÍAS.
No me pagan mis derechos legales de propiedad intelectual hace casi cinco años.
Podéis encontrar seis libros míos nuevos en el portal
www.leer-e.com
Aquí tenéis la primera parte de un nuevo cuento sobre las relaciones con otros pueblos.
MIOPE
-¿Roberto? Ven a presidencia. Quieren hablar contigo.
Mientras colgaba el teléfono, Roberto Serfaty advirtió un leve temblor en su mano. Iba a suceder lo que había venido temiendo; era demasiado joven para el cargo y, finalmente, los directivos de la empresa habían decidido volverse atrás de su propia decisión de tres meses antes. La llamada de la secretaria del presidente no podía significar otra cosa. No había dado la talla, su inexperiencia había prevalecido sobre su talento y seguramente iban a destituirle o, peor, despedirle. Por consiguiente, entró en la sala de juntas con ademán resignado.
-Eres el más joven del equipo directivo -dijo el presidente, en el centro de las miradas sarcásticas con que escrutaban a Roberto los demás miembros del consejo-. Y, además, el único soltero.
Conque se trataba de eso. Venezuela era una sociedad condicionada por un machismo formal demasiado acentuado. Inmersos en ese culto a la virilidad militante, sus jefes verían sospechosa su soltería aunque sólo contara veintiséis años, una soltería agravada por el hecho de que él no se mostrara conquistador con sus compañeras de trabajo ni se le conocieran parejas femeninas.
-Eres el único al que podemos dar este encargo -prosiguió el presidente.
Probablemente, iban a mandarle otra vez a la sucursal de Maracaibo, lo que de hecho sería una degradación, puesto que la agencia maracucha apenas tenía relevancia. Ya lo habían hecho al principio, cuando recién llegado de Argentina con menos de cien dólares en el bolsillo, hubiera trabajado incluso de picapedrero, por lo que obtener el empleo de diseñador en la mayor agencia de publicidad de Venezuela le pareció un milagro; pero dos semanas más tarde le ordenaron viajar a la capital petrolera de la Guajira venezolana; alojado en una habitación donde compartía pensión con millares de cucarachas gigantescas, tuvo que trabajar afanosamente para realizar la misión que le habían encomendado, diseñar veinte o treinta anuncios insignificantes al día para el suplemento extraordinario de un periódico local, dedicado a las fiestas de la Virgen de Chiquinquirá. Catorce o quince horas de trabajo diario, durante nueve días sin descanso, parecieron ablandar a la directiva, que una vez publicado el suplemento le llamaron de nuevo a la central de Caracas. A los cuatro días del regreso, le nombraron director de arte para un tercio de las cuentas de la empresa; los otros dos directores de arte, un norteamericano y un español, contaban ambos más de treinta años de edad. Roberto, graduado en bellas artes durante las horas libres que le dejaba el trabajo en la tienda de maletas de su padre, en la plaza Once, nunca había ejercido su título, puesto que a los veintitrés años, cediendo a un impulso, respondió la llamada de Sión y pasó más de dos años en un kibbutz al norte de Jerusalén. Vuelto a Buenos Aires a punto de cumplir los veintiséis, descubrió que bajo la dictadura militar no corrían buenos aires para las judíos; su padre se había arruinado. Emigró a Venezuela encandilado por las exageraciones de dos de sus amigos, emigrados tiempo atrás, quienes se jactaban de cambiar de coche, de modelo norteamericano, cada seis meses. Veintiséis años e inexperto.
-Como sabes, Buchanan's es nuestro principal cliente -prosigió el presidente-. A pesar de ser una empresa tan grande, sigue siendo controlada por un solo hombre que, ahora, ha decidido que su hijo tiene que aprender español y conocer de cerca cómo funcionan las filiales sudamericanas, para ir preparándose para cuando le toque dirigir la multinacional. El chico no habla una palabra de español y, al parecer, es bastante apocado. El director de la filial caraqueña, nos ha pedido que busquemos a alguien que lo relacione con gente joven de la ciudad y le ayude a aprender la lengua. Tú eres el único de nosotros que, por tu edad y por ser soltero, está en condiciones de hacerlo. Reconocemos que es abusivo, porque vas a tener gastos; pero no te preocupes; la empresa te asignará una dieta importante durante seis meses. ¿Algún problema?
Salvo el temor a meter la pata al relacionarse con alguien que no sabía cómo le iba a caer, no tenía ningún problema, todo lo contrario. Había entrado en la sala de juntas preparado para un despido, y se encontraba con un aumento de ingresos para los próximos meses.
-De acuerdo. ¿Cuándo lo conoceré?
-Mañana. Adelanta hoy el trabajo que puedas, porque mañana, que es viernes, tendrás el día libre. Ve pensando cómo organizar el fin de semana.
Sentado en el pequeño despacho, Roberto revisó de nuevo la agenda. La mayoría de los abultados "briefings" que llegaban a su mesa tenían un rótulo con la palabra "urgente", enormes sobres llenos de datos sobre las campañas que tenía que crear. Esas urgencias habían sido postergadas para después del fin de semana por el departamento de tráfico, respondiendo a una orden expresa de la presidencia. Efectivamente, no tenía nada que hacer el viernes, pero el trabajo de un creador permanece en su mente también en las horas libres; la postergación no iba a servir para liberarle verdaderamente las siguientes setenta y dos horas, con la agravante de tener que guiar a un desconocido que no hablaba español y a quien le habían prohibido hablarle en inglés. Sombrío panorama.
Echó a un lado la agenda. También le preocupaba no cumplir el encargo tal como se esperaba de él, puesto que la mayoría de sus amigos se movían en los ambientes donde no podía correr el riesgo de introducir al joven Buchanan. ¿Qué iba a hacer con él? Su trabajo habitual exigía imaginación, pero ante este encargo de ahora se sentía sin ideas. Sonó el teléfono.
-Roberto, ha llegado el gringo -le informó la recepcionista-. Me han dicho en presidencia que te ocupes de él. Te lo mando para allá.
La muchacha hablaba con un tono que sonaba burlón y le pareció oír una risita en el momento de colgar, por lo que se dispuso para lo peor. Llamó a la puerta un minuto más tarde; Russel Buchanan carecía de edad; lo mismo podía tener veinte como treinta. El pelo rubio, liso como si se lo hubieran planchado y almidonado, caía en cascada a ambos lados de la sienes hasta taparle un tercio de la cara por ambos lados. Pero no era esa cortina de pelo descolorido lo más sobresaliente, sino las gafas de aros con cristales tan gruesos que, actuando como lupas, apenas permitían verle los ojos. En vez de sonreír, sus labios parecían crispados por el dolor de una úlcera de estómago.
Roberto le ofreció la mano, que el norteamericano estrechó con fuerza inesperada, como si estuviera muy asustado y necesitase un asidero.
-Vamos- le dijo en español y, al recordar que no le entendía, estuvo tentado de hablarle en ingles, pero se contuvo a tiempo y señaló con la mano la salida.
Para acabar de ensombrecer su ánimo, hicieron el recorrido por los pasillos de la agencia entre disimuladas sonrisas de burla. Roberto era consciente de que sus compañeros le compadecían. Cuando iban a salir del edificio, entraba Jota Fischer, el director de arte austriaco a quien había sustituido.
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jueves, 25 de septiembre de 2008
¿Me ayudas a completar DESPUÉS DE LA DESBANDÁ?
Tengo la novela “Después de la desbandá” medio redactada. Estoy seguro de que, como la segunda parte de “El padrino”, será mucho mejor que la primera; porque se trata de una historia poderosa, apasionante y sorprendente.
Cuento reapariciones inesperadas, tensión e incertidumbre sostenida sobre dos de los personajes, grandes amores, amores inconvenientes, ternura, pasión y dolor.
Pero me faltan importantes datos “ambientales. Tal vez puedas facilitarme algunos, escribiéndome a
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DATOS QUE NECESITO:
Años 1937, 1938, 1939, 1940, 1941, 1942, 1943, 1944, 1945, 1946, 1947:
Sucesos muy sonoros de esa década (con sus fechas): casos famosos judiciales, redadas, crímenes, estafas, catástrofes, riadas, loterías, etc.
Obispos de Málaga durante esos años. Fecha de inauguración del diario SUR.
Fecha en que Arias Navarro se hizo cargo de la fiscalía militar de Málaga. Número de fusilados en 1937. Número de encarcelados en 1937. Maquis, refugios y zonas de mayor actividad. Rastreo de fusilados de la república.
Gobernadores civiles de Málaga cada uno de esos años. Alcaldes de Málaga cada uno de esos años. Racionamiento, comienzo, final. Estraperlo. Contrabando y contrabandistas entre Málaga, Antequera, Ronda, Algeciras y Gibraltar.
Precio del pan, entradas de cine, kilo de papas, cada uno de esos años. Precio de las entradas a los cines. Trapicheo y hurtos en la calle.
Fortunas repentinas Número de fusilados cada uno de esos años.Ambientes de la prostitución. Curas raritos.
La novela está muy avanzada, pero sin mencionas datos de la época me siento en arenas movedizas.. Agradeceré vivamente vuestra colaboración, y dependiendo de vuestra ayuda, os consignaré en los créditos
NO COMPFRÉIS MIS NOVELAS EN LIBRERÍAS.
No me pagan mis derechos legales de propiedad intelectual hace casi cinco años.
Podéis encontrar seis libros míos nuevos en el portal
www.leer-e.com
Reproduzco la primera parte de uno de los cuentos que tengo organizados en libros de relatos, este sobre las relaciones con franceses.
MON AMI
Sentado en el coqueto restaurante, Paco Muñoz trataba de prestar atención a la cháchara de su sobrino sin conseguirlo más que a ratos. El chico le había llamado un mes antes, recordándole una promesa que Paco había olvidado:
-Tío, ¿recuerdas que cuando era niño me dijiste que me llevarías a conducir miles de kilómetros para que hiciera prácticas, dando una vuelta por Europa, cuando consiguiera el permiso de conducir a los dieciocho años? Pues acabo de recoger el carné.
Le asombró el hecho mismo de que ya hubiese cumplido dieciocho años más que su memoria insolente, porque la edad del hijo de su hermana le hizo recordar que se acercaba a galope hacia la madurez. Aceptó cumplir ese compromiso que no recordaba y, a la primera ocasión que el trabajo en el periódico se lo permitió, le mandó el billete de avión del chico a su hermana, que había pasado todo un mes llamándole para repetirle una y otra vez: "Paco, mi hijo empieza a decir que su tío es un informal. Los niños como Oscar sufren decepciones muy fuertes cuando un familiar les engaña".
El recorrido en coche había incluido Barcelona, Marsella, Génova, Roma, Florencia, Milán, Ginebra, Munich, Bonn, Amsterdam, La Haya, Bruselas, Luxemburgo, París y Burdeos. Ahora bordeaban los Pirineos por el norte, para cruzar Andorra y volver por fin a Madrid. Oscar era lo que era, un adolescente, pero, a los dieciocho años, Paco se deslomaba trabajando y estudiaba por las noches como un adulto, y su sobrino se comportaba a esa edad como un niño irresponsable, caprichoso e indiferente a los problemas y dificultades de los adultos.
Estaba ansioso por reintegrarse a su vida madrileña habitual, libre del compromiso y del inclemente intolerante que era el muchacho.
Oscar había agotado la canastilla de patés que la astuta mesonera pusiera sobre la mesa, como si fuese un aperitivo gratis, aunque Paco sabía que tendría que pagarla a precio de caviar. A continuación, el chico eligió solomillo, que era el plato más caro de la carta. Menos mal que tenía que conducir y pidió coca cola en vez de una botella de la "Viuve de Clicot". Tras las peras maceradas en vino, reemprendieron la marcha por carreteras sinuosas entre bosques que a Paco, que no conducía, le parecían amenazadores. Temía que pudiera surgir tras un árbol un terrorista que les asaltara para apoderarse del coche con matrícula española.
A los pocos kilómetros de marcha, sus temores se confirmaron. Un coche bloqueaba la carretera y su conductor, un hombre entre treinta y cuarenta años, les pedía por señas que se detuvieran. Paco se puso en tensión. El hombre se acercó a la ventanilla del conductor y habló en francés:
-Se me ha averiado el coche; fundido total. ¿Pueden llevarme a Pau, para contratar una grúa?
Paco supuso que si le permitía entrar en el coche, en el mismo instante sacaría una pistola y les expulsaría, apropiándoselo. Pero era imposible transmitirle mentalmente a su sobrino, sentado al volante, lo que él haría en esa circunstancia: arrollar al intruso, virar en redondo y acelerar en la dirección contraria. Hacia el frente, el coche supuestamente averiado no les permitiría avanzar. Bajó la cabeza, tratando de examinar la cara del sujeto. Éste, notándolo, se agachó un poco más y sonrió ampliamente:
-Por favor -le rogó-. Por esta carretera no pasan ni jabalíes.
Su acento francés era demasiado geniíno para tratarse de alguien cuya lengua fuera otra. La cara le recordaba a Paco la de Jean Marchais, aunque las profundas arrugas que marcaba la risa en las mejillas hundidas resultaban mucho más masculinas. Estaban atrapados, no tenían más salida que jugársela. Le señaló con una inclinación de cabeza que sí, que iban a ayudarle.
-¿Pueden empujar mi coche para echarlo a un lado?.La policía me va a multar si lo dejo ahí.
Tras salir, Paco volvió a examinar al sujeto. Visto erguido, tenía un tranquilizador aspecto campesino y no parecía peligroso. Sacaron el coche averiado de la carretera entre los tres y reemprendieron la marcha con el francés, al que Paco le cedió el asiento de copiloto, porque consideró más seguro ir sentado atrás, por si las moscas.
-Me llamo René.
-Mi nombre es Paco y mi sobrino se llama Oscar.
-Gracias, muchas gracias por ayudarme. Tengo que volver a mi granja antes de que anochezca, y resolver este problema me va a tomar lo menos tres o cuatro horas. ¿Viajan de turistas?
-Sí -respondió Oscar, sorprendiendo a su tío, que ignoraba que entendiera el francés.
-¿Les gusta Francia?
-Mucho -dijo Paco.
-Nunca estuve en España, pero me muero de ganas.
-¿Vive usted en esta zona?
-Sí. Tengo una granja ahí arriba, en la montaña. Vivo solo y los animales dan mucho trabajo.
-¿Solo?
-Me quedé viudo hace cinco años y no me dieron ganas de volver a casarme. Tampoco tengo hijos y ahora la gente joven le huye al campo. ¿No les gustaría ser mis invitados allá arriba?
Era una posibilidad. Sólo el deseo de librarse cuanto antes de su sobrino impidió que Paco aceptara la invitación.
Ninguno de sus temores se confirmaron. Dejaron a René a la entrada de Pau, donde, por la insistencia del francés, intercambiaron las direcciones y los números telefónicos, y siguieron el camino por la autopista, en vez de por los caminos bucólicos que Paco había estado eligiendo por ser más propicios para que el muchacho hiciera prácticas de conducción. Por la autopista, llegarían pronto a Andorra y se terminaría por fin el viaje.
A la semana de regresar, Paco recibió un paquete conteniendo seis pequeños quesos de elaboración artesanal y apariencia deliciosa, acompañados de una tarjeta que decía: Fuiste muy gentil. Aquí tienes lo mejor de mi granja. Con amor, tu amigo francés. René". Esa noche, sonó el teléfono a las once.
-Soy René. ¿Cómo estás?
-¿René? ¡Ah!. Qué sorpresa. Gracias por el regalo, pero es excesivo.
-¿Tuvieron buen viaje?
-Sí.
-Sentí que no aceptaras ser... mi invitado, Habrías visto mi bodega de quesos y cómo los hago. Además, yo... Bueno... aquí en la montaña, tan solo, uno siente... mucha necesidad de hablar con la gente, en vez de con las vacas.
Paco sonrió. Estaba organizando un reportaje que tenía que escribir para el periódico, por lo que no tuvo pensamiento para la extrañeza por el párrafo lleno de pausas y sobreentendidos.
-¿Sigues con el chico? -el tono de la pregunta le sorprendió.
-¿Mi sobrino? No, ya está en su tierra, con sus padres.
-¿Es de verdad tu sobrino?
-¿Qué quieres decir?
-Había imaginado que...
Con dificultad, Paco dedujo que el francés había sospechado que formaban una pareja de amantes. Sonrió de nuevo.
-¿Por qué no vienes a pasar unos días en la granja? Me gustaría tanto...
-A lo mejor más adelante. Acabo de volver de unas vacaciones.
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miércoles, 24 de septiembre de 2008
DESPUÉS DE LA DESBANDÁ. ¿Me ayudas a escribirla?
Tengo la novela “Después de la desbandá” más que estructurada. Estoy convencido de que, como la segunda parte de “El padrino”, será incomparablemente mejor que la primera; es una historia poderosa, apasionante y sorprendente.
Hay reapariciones inesperadas, tensión e incertidumbre sobre dos de los personajes, amores inconvenientes, ternura, pasión y dolor.
Pero me faltan importantes datos “ambientales. Tal vez puedas aportarme algunos, escribiéndome a
luismelero@luismelero.com
DATOS QUE NECESITO:
Referidos a los años 1937, 1938, 1939, 1940, 1941, 1942, 1943, 1944, 1945, 1946, 1947:
Fecha en que Arias Navarro se hizo cargo de la fiscalía militar de Málaga.
Número de fusilados en 1937
Número de encarcelados en 1937
Maquis, refugios y zonas de mayor actividad.
Rastreo de fusilados de la república en Las Pellejeras y El Perro
Gobernadores civiles de Málaga cada uno de esos años.
Alcaldes de Málaga cada uno de esos años.
Racionamiento, cuántos años, inicio, final.
Estraperlo.
Contrabando y contrabandistas entre Málaga, Antequera, Ronda, Algeciras y Gibraltar.
Precio del pan cada uno de esos años.
Precio de las entradas a los cines.
Precio del kilo de papas cada uno de esos años.
Trapicheo y hurtos en la calle.
Fortunas repentinas en la ciudad, de personas que todos sabían corruptas.
Ejemplos de los favoritismos.
Fusilados –aproximadamente- cada uno de esos años.
Ambientes de la prostitución.
Curas innobles.
La novela está muy avanzada, pero sin mención precisa de los datos me siento un poco con el culo al aire. Agradeceré vivamente vuestra colaboración, y dependiendo de vuestra ayuda, os consignaré en los créditos
NO COMPFRÉIS MIS NOVELAS EN LIBRERÍAS.
No me pagan mis derechos de propiedad intelectual hace casi cinco años.
Podéis encontrar seis libros míos nuevos en el portal
www.leer-e.com
Reproduzco la primera parte de uno de los cuentos que tengo organizados en libros de relatos, este sobre las relaciones con otros pueblos.
PIGMALIÓN DEL PLATA
Joserra Albaya desvió los ojos para que el arquitecto sentado enfrente no sorprendiera el brillo de ironía. Sonaba el tanguillo "La lotera", cantado por Lola Flores, "y en er metro me dan siempre coba palante y patrá, palante y patrá..." , y el arquitecto gordinflón de pelo grasiento seguía el ritmo con los hombros, sin parar de mirar a Joserra con la intensidad escrutadora con que había venido haciéndolo desde que llegara de España.
Como tantas innovaciones operadas en el estudio durante el último mes, la instalación del compact había sido iniciativa de Joserra.
Navarro, cazurrón, bromista y arquitecto recién graduado, que le ofrecieran en Madrid un training de un año en Buenos Aires le pareció tan insólito como que alguien le propusiera aprender ruso en Marruecos. La empresa madrileña había ganado la licitación internacional para construir una central hidroeléctrica en Argentina y, según sospechó Joserra, necesitaban sobre el terreno arquitectos e ingenieros propios, que impusieran a los empleados locales los puntos de vista defendidos por los directivos españoles.
A los tres o cuatro días de ocupar la mesa de dibujo, Joserra se rebeló.
El silencio, la circunspección y el ensimismamiento de sus compañeros de trabajo eran tan completos, que podía escuchar el sonido del lápiz que alguien posaba sobre el papel, la goma de borrar que corregía un error o el rotring que trazaba una recta. Un silencio opresivo que le punzaba los nervios y le hacía sentirse atrapado en un mausoleo. Comenzó por tararear jotas navarras mientras dibujaba, siguió poniéndose a contar chistes a todas horas mientras los otros miraban de reojo por si se hundía el universo, continuó escenificando a ratos cómo driblar a los toros en los encierros de san Fermín y acabó solicitando a la dirección que le permitieran llevar el compact, solicitud que fue aceptada. Además de las canciones de Bruce, Cher y Elton que más le gustaban, recolectó toda la música española que encontró en las tiendas bonaerenses de discos, que en su mayor parte era andaluza y pasada de moda. Los tanguillos de la lotera que cantaba Lola Flores fueron el descubrimiento que más le alegró, y los hacía sonar con frecuencia.
Los compañeros continuaban comportándose con la misma solemnidad, pero todos le decían lo mismo en las pausas del café:
-Che, Joserra; con vos, el estudio se volvió más divertido. Trajiste un soplo de aire fresco de la madre patria.
-¿Comés por acá cerca? -le preguntó el arquitecto gordo.
-Sí, pero no ahora -respondió Joserra-. Antes, voy a dar una vuelta por Florida. Necesito comprar ropa.
-¿Te importa que vaya con vos?.
Joserra notó el esfuerzo que hacía para vencer su timidez. Se preguntó por qué era tan descuidado con su aspecto alguien tan joven; debía de arrastrar alguna clase de complejos, porque no era natural que se comportase con tanto abatimiento, siendo como era, según había comprobado, un buen profesional. En los ojos entristecidos por algún dolor interior, había una súplica.
Aceptó que le acompañase, pero no sabía de qué hablar con él.
-Me llamo Sandro -dijo el gordito-. Nunca antes escuché tu nombre.
-Joserra es la contracción de José y Ramón.
-¡Oh! Entiendo.
No volvió a abrir la boca. Mientras andaban, Joserra observó de reojo que a veces movía levemente la cabeza, como si se desalentara a sí mismo de decir algo que había ensayado mentalmente. Le compadeció; su languidez debía de ser el síntoma de un ánimo torturado por problemas más hondos que la simple deformidad física. En la tienda, mientras se probaba ropa, notó a través del espejo que Sandro se turbaba cuando él se cambiaba de camisa o de pantalones, mostrando con despreocupación la sensualidad de una desnudez de la que estaba muy orgulloso. Habitualmente desinhibido, Joserra sintió que se contagiaba de la incomodidad de Sandro.
-¿No piensas comprar nada? -le preguntó para aflojar la tensión.
-No. La ropa de esta tienda es inadecuada para mí.
-¿Por qué?. Tienes... ¿qué edad?; más o menos la misma que yo.
-Veintiocho, pero mis medidas no lucen la ropa como las tuyas. Vos podés ponerte lo que quieras, que todo te queda bien. Yo...
-¡Qué tontería, hombre, por Dios!. Aquí hay ropa de tu talla.
-Los michelines me hacen sentir ridículo...
-¿Por qué no adelgazas?.
Sandro apretó los labios, por lo que Joserra entendió que había sido inoportuno preguntarlo. Sandro había enrojecido al tiempo que le cubría un velo de tristeza. Para rectificar, se acercó a él y le empujó hacia el espejo.
-Este peinado no te favorece, Sandro. ¿Te parece que en vez de emplear el tiempo en el restaurante, compremos una hamburguesa y vayamos a una peluquería?
-¿Vos creés?
-Por supuesto.
Mientras el peluquero hacía su trabajo según las indicaciones de Joserra, éste meditó sobre el reflejo de Sandro. Tenía los ojos muy grandes, de color miel, pero el abultamiento de sus mejillas los empequeñecía: su nariz resultaría muy proporcionada en una cara más magra; la boca sería hermosa y sensual si no estuviera apretada permanentemente por un rictus.
A la media hora, el pelo empegostado y largo dio paso a un corte que mantenía de punta su abundancia, de color dorado ceniciento, en la parte superior y quedaba rapado en los laterales y la nuca. El propio Joserra se admiró del cambio.
-Me siento diferente -comentó Sandro.
-Te has quitado diez años y varios kilos -bromeó Joserra.
-¿Vos creés?
Pasaron varias semanas. Sandro mantenía su retraimiento, pero Joserra notó que el cambio de corte de pelo era advertido y celebrado por las compañeras de trabajo. Sintió que había hecho una buena obra, lamentando, sin embargo, que los cambios se hubieran limitado al pelo.
Pero un día le pareció que la oronda figura de Sandro se estaba estilizando.
-¿Estás a dieta? -le preguntó.
-¡Lo notaste!
-Por supuesto. Estás más delgado, sin duda.
Sandro sonrió gozosamente. Era la primera vez que le veía reír enseñando los dientes, una regular y blanquísima dentadura que no comprendía por qué ocultaba con tanto celo.
-Deberías ir al gimnasio.
-¿Vos creés?
-Por supuesto. Si adelgazas muy rápido, te vas a quedar fofo. Un poco de pesas te vendría muy bien. Yo voy todas las noches.
-¿Puedo...
-¿Qué?
-¿Puedo ir con vos?
-¿Por qué no?
La primera vez que fueron, notó en los vestuarios que Sandro era de los poquísimos que se encerraban para cambiarse de ropa en una cabina, en vez de hacerlo en la zona común. Supuso que su pudor no se debía al exceso de grasa, sino al temor a mostrar ante él los genitales, que en los cuerpos gruesos solían aparecer minimizados y hasta ocultos entre los pliegues de piel adiposa. Sonrió. Minimizados o no, los genitales de Sandro le importaban tan poco como su dueño, un hombre cuya conducta social discurría entre rubores, abatimiento de la cabeza y titubeos, a pesar de sobrarle el talento profesional que debería enorgullecerle y permitirle andar con la cabeza erguida.
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lunes, 22 de septiembre de 2008
La desbandá. LA EDITORA QUIERE METERME EN LA CÁRCEL
Ayer me llegó por vía notarial una carta del cuñado-abogado de la editora, amenazándome con terribles males.
Es lo que la editora ha hecho durante cinco meses en vez de pagarme, amenazarme. Pero nadie la ha amenazado a ella por no haber cumplido la cláusula de los contratos, donde dice que debe pagarme el 10% del precio de venta, menos el I.V.A., de todos mis libros vendidos en librerías.
A mí me liquidó en abril 1.800 euros, supuestamente por todo el año 2007 de mis derechos sobre cuatro novelas que se han vendido muy bien.
Es completamente imposible calcular cuántos libros he vendido en librerías, porque la editora no me ha dado este datojamás. Aunque está obligada por Ley. Mas un cálculo bastante aproximado hasta noviembre del año pasado, según las certificaciones de tiradas, revelan que el valor en librería de mis novelas es cercano al millón de euros y que ella ha recaudado bastante más de 300.000 euros por mis libros. Sin contar las ediciones de este año.
Que me encarcele. Pero debería tener que explicar por qué me ha pagado miserias/limosnas en vez de lo que me corresponde.
LA DESBANDÁ. Continuación.
Antonio negó con la cabeza al tiempo que asentía a sus propias conclusiones mentales. A Ricardo lo habían matado y Paco se lo ocultaba a su madre. Miguel tenía la cara como un muerto; seguramente mentía sobre la gravedad de su estado para evitar nuevos ataques, a lo que no sería ajeno lo que había presentido al verlo con Angustias junto al tranvía. Paco debía de andar de conciliábulos en su partido, maquinando cómo tomarse revancha del asesinato de Ricardo y cómo anunciar a su madre con suavidad que había perdido al hijo más lisonjero con ella. El barbero y los suyos tenían que pagar.
-¿A dónde vas? -preguntó Paula.
-Te haré caso -respondió Antonio-, voy a la parroquia en busca del Ricardo.
Echó a correr hacia la barbería. Miguel anticipó el movimiento, evidente por la dirección de la carrera, y pensó en Angustias; la imaginó aterrorizada, llorosa y abrazada a su madre. No iba a permitir que siguiera sufriendo todo eso y, por otro lado, ya habían sido suficientes los enfrentamientos y destrozos para las cuentas de un día.
-Mamá -dijo, soltándose del abrazo de Paula-, voy con el Antonio.
-De ninguna de las maneras. Tengo que ver que la quemadura no vaya a desgraciarte la mano.
-No te preocupes, mamá. Namás que está colorá. Vengo de aquí a ná.
Paula soltó el brazo de su hijo, de nuevo con la bilis alborotada porque el criado de La Caleta la esperaba a la puerta del corralón, sonriendo con algo parecido a la humildad al verla aproximarse. La insistencia de Elena Viana-Cárdenas James-Grey rayaba en lo maniático. A ver cómo se sacaba ese incordio de encima.
Miguel echó a correr tras su hermano mayor y lo alcanzó cuando daba patadas y empujones furiosos, golpes que se acompasaban con los gritos femeninos de terror que sonaban dentro de la barbería, pero sin que llegara a caer abatido el portalón astillado por la ira de Ricardo; se echó sobre Antonio impulsado por todos sus amores y temores: la progresiva consternación de Paula, el pavor de Angustias, el presentimiento de que el bloque monolítico que era su familia desde que faltaba el padre empezaba a resquebrajarse y la sospecha de que sus placeres adolescentes estaban a punto de esfumarse. Antonio se detuvo ante la acometida, negándose a forcejear con Miguel por temor a causarle daño en la mano quemada.
-Apártate, Migue. Vete pa la casa, que esto es cosa mía
-Piensa en mamá, Antonio, que aunque lo disimule, tienes que darte cuenta de lo mal que lo está pasando. Ahora, lo que hay que solucionar es lo del Ricardo.
Esta mención revolvió aún más lo que bullía dentro del estómago de Antonio, que dijo con tono lúgubre:
-Tienes razón. Me voy a ver si encuentro algún compañero del Sindicato de Parados, que me ayude a averiguar dónde está el Ricardo.
Pero Miguel lo conocía sobradamente. Antonio no desistiría del ataque; iba en busca de refuerzos para que el asalto resultase más eficaz, dado lo sólido que era el portalón. Debía quedarse de guardia para evitarlo. Tratando de inmovilizarse la izquierda con la mano derecha para no sentir tanto dolor, se sentó en el escalón de piedra con la espalda apoyada en el portalón de la barbería. Le asombraba la infinidad de sensaciones desconocidas que experimentaba: inquietud por algo que no era la espera del placer de cada noche, dolor por un abatimiento de Paula del que no recordaba antecedentes, el gozoso peso de Angustias en su pecho multiplicándose minuto a minuto; esta congoja de ahora no había vuelto a sentirla desde lo de su padre, y de eso habían pasado ya casi ocho años, cuando todavía era un niño. Hundió la cabeza en su pecho, conteniendo las ganas de llorar.
Dos pares de ojos le acechaban.
Angustias sentía un nudo en la garganta y escozor en los ojos, conmovida al verlo encogido, de perfil, desde su observatorio de la ventana; intuía que podía contar con él; pero ¿y los demás miembros de su familia?
El falangista escondido en un recodo del muro del convento de la Goleta en la calle Curadero, a unos ciento veinte metros, también lo vio encogerse, plantarse de guardia a la espera de la banda de piojosos que iban a llegar a destruir la barbería. Tenía que avisar a los suyos, aunque a Serafín y los otros dos miembros del grupo no podía localizarlos hasta que terminasen. Iba a tener que ser él quien, en imitación del jefe, recitara los versos de "If" que había que leer antes de una acción, puesto que tenía la precaución de llevar siempre el libro de Rudyard Kipling consigo. Cuando se hubo alejado unos centenares de metros corriendo, empezó a soplar el silbato.
El Hoyo de Esparteros era una placita casi cerrada, de forma triangular, que tenía salida a una sola calle, una especie de recoveco junto a una torre ya desaparecida, que había perdido todo el sentido urbanístico cuando derribaron las murallas de Málaga a principios del siglo XX. La casa de la que Paco había oído hablar se encontraba cerca del vértice del triángulo, en lo que debía de ser la trasera del convento cuya fachada daba a la plaza de Atarazanas.
-Mírala, pegaíta al convento -dijo el Templao-, los curas tienen que ser los dueños.
-Es lo más probable -concordó Paco-. Desde los estropicios de la quema de iglesias del 31, los curas se la tienen jurá a la República. Ahora, después del acojonamiento de Asturias, échale guindas al pavo, y como son los amos de media Málaga...
-Parece que no hubiera nadie dentro -dijo el Templao.
-No te fíes, Guaqui. Aunque anden con bravuconás por la calle, estos fulanos son maestros del disimulo. Está en la esencia misma de su filosofía; la hipocresía que predica la Iglesia al situar el escándalo entre los pecados más graves del escalafón, la practican con entusiasmo estos fascistas, acólitos interesados que los curas no comprenden que son los que más ganas tienen de borrarlos del mapa. Pero eso no quita que imiten a placer sus sistemas refinaos en los dos milenios que los curas llevan engañando al pueblo: ya sabes, esconder la mano después de tirar la piedra. Hay que entrar con cuidaíto.
Sólo había un farol, cuya luz no alcanzaba el fondo de la plaza, de modo que la fachada que se dispusieron a escalar quedaba en penumbra. Al Templao apenas le costó esfuerzo subir, con una pirueta, a uno de los balcones del primer piso, a donde Paco pudo llegar sólo gracias a la ayuda que le prestó desde arriba.
-¡Cualquiera diría que no han estao a punto de matarte de una paliza hace un rato! -murmuró Paco con admiración-. ¿Se nota si hay alguien?
-No se escucha ná. Aquí no pueden tener al Ricardo. ¿Pa qué vamos a entrar?
-Por si encontramos a quien interrogar o, por lo menos, un papel con el que podamos averiguar los locales que tienen.
Consiguieron abrir la encristalada puerta del balcón sin romperla y con sólo un leve chasquido. La habitación, estrecha pero muy larga, era un local de reunión con una mesa grande y catorce sillas alrededor. La puerta que se abría a la galería estaba sólo entornada; salieron sigilosamente y, en el momento en que se asomaron al pretil para tratar de atisbar lo que hubiera abajo en el pequeño patio, se encendió una fuerte luz en la galería y alguien dijo a sus espaldas:
-Ni pestañear, rojos cabrones. Al primer movimiento, os dejo como pajaritos.
El Templao consiguió ver de reojo al que les encañonaba con una pistola antigua, un adolescente aún más joven que él que parecía sentir mucho más miedo que los dos juntos. Pan comido. No pudo evitar que el muchacho disparase al verlo moverse, pero el rodillazo en los genitales hizo que la trayectoria se desviara y la bala impactó en el techo, antes de precipitarse el joven hacia el patio impulsado por la inercia del golpe sin que ni Paco ni el Templao pudieran evitarlo.
-Si hay más fascistas en la casa, van a venir al galope -masculló Paco.
-¿Estará muerto? -el Templao señalaba el cuerpo inmóvil, tendido boca abajo en las grandes y toscas losas de piedra del patio.
Paco notó que pese al temperamento por el que había ganado el apodo, la impresión de haber causado una muerte podía hacerle perder el control.
-No es tanta altura -dijo sin convencimiento-. Vamos abajo, porque si no acuden a la carrera es que no hay nadie más.
La escalera poseía cierto empaque; se dividía en cuerpos que ocupaban tres paredes formando nicho, como en muchas de las casas construidas durante el próspero siglo XIX malagueño, pero los peldaños bordeados por gruesos maderos se deprimían en el centro, a punto de hundirse. La hermosísima ciudad borrada para siempre del mapa por las huestes napoleónicas en 1810, había sido restaurada precariamente por la efímera prosperidad vinícola-textil-acerera decimonónica, y los legendarios edificios de balconadas y grandes y afiligranados voladizos de madera, consumidos por el fuego de los franceses, habían sido sustituídos por construcciones demasiado modestas para ser llamadas palacios, edificadas de prisa y con materiales poco nobles, enmascarado todo bajo el falso lujo del estuco. Esta casa demostraba su precariedad con el envejecimiento prematuro. Paco tropezó en un madero del segundo tramo de escaleras, perdió el equilibro y casi cayó rodando, pero el Templao lo evitó frenándolo con su cuerpo. Cuando recompusieron el equilibrio y reiniciaron el descenso, el muchacho caído en el patio se había incorporado a medias y les apuntaba de nuevo.
-Paco -murmuró el Templao-, haz como que echas a correr pa la derecha.
Paco comprendió y amagó un salto, pero no tuvo tiempo de conjeturar sobre lo que el Templao se proponía, ya que el primer gesto de vacilación del amenazante bastó para que Guaqui cayese sobre él como si pudiera volar; al tomar tierra, el esparto de su alpargata derecha golpeó la cabeza del falangista con un crujido como si se reventase un melón y, ahora sí, murió con el cráneo aplastado. Paco apretó los labios; carecía de sentido reprochar nada al Templao dadas las circunstancias y puesto que había palidecido como un cadáver, pero las muertes no conducían más que a nuevas muertes. No era ése el camino.
-Vamos a revisar los papeles, que estarán ahí.
Señaló una habitación situada en al zaguán, en cuya entrada habían escrito toscamente "secretaría". Tras revisar legajos y libros de contabilidad, Paco exclamó:
-¡Joé, Guaqui, es como un juego infantil! Hablan de centuriones y cohortes, como quien juega a romanos y cartagineses. Están como cabras. Mira, aquí figura una agrupación en el Muro de San Julián, otra por el Paseo de Reding y la jefatura, en la Alameda de Colón. Va a ser una madrugá mu larga. Vete a tu casa a dormir, Guaqui.
Lo veía tan descompuesto por haber causado una muerte, que no serviría de mucho mantenerlo a su lado. Pero Guaqui exclamó:
-¡Como si fuera la primera vez que voy a trabajar al puerto sin pegar ojo!
Tras nuevas protestas de Paco, algo tibias porque no podía realizar las pesquisas solo, reanudaron juntos la busca de Ricardo.
Mañana continuará
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LA DESBANDÁ, GRATIS. ¿Se muere mi perro?
Desde abril, cuando la estafa de la editora me dejó completamente en la ruina, carezco de amigos. Todos cuantos tenían alguna a relación conmigo, han dejado de tenerla porque han dado media vuelta. No hay como estar en la indigencia, como yo ahora, para comprobar cuán solo se puede llegar a estar.
El año pasado, encontré un perrito perdido en la sierra de Córdoba y lo adopté. No es bello ni tiene el menor pedigrí. Pero sabe más que los ratones coloraos.
La apropiación de mi dinero por parte de la editora, me ha sumido en una situación que ya he descrito otras veces: desahuciado, mal alimentado y metido a ermitaño. Soledad sin amigos en que la asombrosa fidelidad de mi perrito es todo cuanto de sentimental tengo.
Pero debo de haberle contagiado mi desesperación. Hace unas cinco semanas que está muy taciturno, con algunos problemas en la piel, cojea sin motivo aparente y casi no ha comido las dos últimas semanas. Temo que esté muriéndose, pero no puedo permitirme llevarlo al veterinario.
Lecciones que da la vida.
Trabaje usted veinte años para que se enriquezca una inmoral estafadora.
POR FAVOR, NO COMPREN MIS LIBROS EN LIBRERIAS,
PORQUE SÓLO LUCRARÍAN A LA EDITORA QUE SE HA APROPIADO ILÍCITAMENTE DE MIS DERECHOS DE AUTOR. (Ven los asientos de los ingresos editoriales en mi cuenta, por TODO el año 2007)
LEA LA NOVELA GRATIS AQUÍ.
Continuación
Ricardo no comprendía el sentido de las expresiones y ademanes de Miguel. La gente que les observaba desde los balcones y ventanas, y también desde la calle, aunque a cierta distancia y dejando despejado el escenario del espectáculo que anticipaban, mostraba la misma perplejidad que él. ¿Por qué parecía tan triste el muchacho que todos consideraban el más alegre del barrio, el donjuán más impenitente y burlón, el que no se ocupaba de nada que no le causara placer? Ricardo no tenía ni idea de lo que le pasaba al hermano que mayores preocupaciones religiosas le inspiraba a causa de su extrema debilidad por las mujeres, pero debía practicar las enseñanzas de Jesucristo y consolar a los que lloran aunque estuviesen tan corrompidos por los pecados de la carne como lo estaba ese hermano suyo, cuyo diabólico atractivo físico iba a ser su perdición eterna. Tenía que consolarlo y se acercó a él para hacerlo.
Angustias les miraba a los dos con fascinación. Las expresiones de Miguel eran una declaración de amor, y por ello el júbilo le aceleraba el corazón. Los ademanes del que algún día iba a ser su cuñado, el chupacirios del que se burlaban todas las vecindonas, no podía descifrarlos. ¿Intentaba aflojar la presa con que Miguel se colgaba de la reja o trataba de espiar el interior? Absorta en la pregunta, no vio a tiempo que su madre había vuelto de la cocina portando un humeante cazo de agua hirviente; comprendió lo que iba a hacer cuando la vio accionar la manija que abría la cristalera, sin tiempo de impedirlo. Sólo pudo gritar con un gemido:
-¡¡¡Migue!!!
Ricardo consiguió que Miguel soltara la mano derecha del barrote. Tiraba de él para que soltara la reja, cuando notó que el postigo acristalado se abría para descubrir a Bernarda portando un cazo, mientras alguien gritaba dentro el nombre. Creyó que la mujer del barbero pretendía golpear la mano izquierda de Miguel, pero el alarido de éste le reveló que había vertido agua hirviendo sobre esa mano. Guaqui el Templao, que acababa de aproximarse a la carrera, sujetó a Miguel y le preguntó solícito si le dolía mucho al tiempo que examinaba el mal con la pericia de quien, tanto en el puerto como en el taller, sufre quemaduras y heridas con frecuencia.
Miguel hablaba, conservaba el concocimiento, de modo que la quemadura era un daño localizado del que se ocuparían el Templao y las mujeres que habían acudido. Como se sintió libre de la obligación de atenderle, Ricardo se lanzó contra el portalón cerrado de la barbería incapaz de controlar ni racionalizar la ira que catapultaba su cuerpo. Dos años de ayuno y penitencias en busca de la templanza para el servicio de la Iglesia, fueron aventados por los ayes de Miguel, y un aguijón impulsó sus pies y manos anulando su voluntad. Bajo el estupor del vecindario, que contemplaba la progresión de la reyerta tan festivamente como todos los enfrentamientos, el muchacho cuya virilidad cuestionaban todos y cuya afición por las cosas de iglesia ocasionaba las más clamorosas burlas, golpeaba en estado de arrebato las dos hojas de vieja madera tachonada de clavos de hierro con una fiereza que nadie hubiera sido capaz de atribuirle, obnubilado y en trance, como si sólo pudiera pensar en la injusticia de que precisamente el menos conflictivo de sus hermanos gimiera con la mano y el brazo izquierdo abrasados. Las patadas de Ricardo eran tan violentas, que comenzó a oírse el chasquido de los cristales interiores que se rompían por sus embestidas.
-¡Rojo degenerado, para, si no quieres que te mate! -gritó una voz autoritaria.
Ricardo constató de reojo el sentido de la advertencia y se detuvo.
Acababa de llegar Serafín con otros tres miembros de su grupo, todos uniformados. El que profería la amenaza era un hombre maduro que esgrimía entre aspavientos una pistola enorme, de un modo que revelaba su torpeza y la escasez de su fuerza. Incapaz de permanecer impasible y al margen, Guaqui el Templao, ayudado por una espectadora, arrastró en volandas a Miguel hacia un grupo de tres vecinas que asistían al espectáculo apostadas ante un portal cercano, a las que dijo:
-Tomar, sujetarlo ustedes y echarle aceite de oliva en la quemaúra.
En cuanto se aseguró de que las mujeres se hacían cargo de Miguel, arremetió contra el grupo de Serafín. Cayó sobre el que enarbolaba la pistola y le tumbó en el suelo.
Inma había llegado al hospital. No atendió el veto de la monja y subió las escaleras a zancadas, pues conocía de sobra el camino hacia la cama de Mani gracias a las innumerables rondas de su sueño realizadas a escondidas durante cuatro meses. Se asomó al dintel de la puerta; casi recostada en la cama, Paula tenía abrazado a Mani con su izquierda mientra le acariciaba la frente con la derecha. Llamó su atención con un siseo y le indicó con la mano que saliera.
-¿Qué pasa, Inma?
Le contó atropelladamente lo que sabía y su temor de que la pelea hubiera comenzado ya. Paula miró a su hijo irresoluta, porque le costaría gran esfuerzo abandonarlo en ese momento, Preguntó a la muchacha entre dientes:
-¿Puedes quedarte un ratillo con el Mani?
-A eso he venío.
-No le cuentes ná de lo que pasa -ordenó más que pidió Paula y volviéndose hacia Mani, añadió: -Niño, que tengo que hacer un mandao, pero vendré luego. La Inma va a entretenerte.
Echó a correr hacia el barrio.
-¿Qué está pasando, Inma? -preguntó Mani.
-Ná.
-No seas embustera. Algo tiene que pasar pa que mi madre haya echao a correr con tanta bulla.
Comprendiendo que no iba a valerle de nada negarlo, Inma le describió el panorama de lo que suponía que podía estar ocurriendo ante la barbería.
-Ayúdame a ponerme de pie, Inma.
-¡Tú has perdío el sentío! Has estao cuatro meses tendío, sin conocimiento, y tus huesos se habrán quedao sin cal.
-Por eso necesito que me ayudes. Ven, por favor.
Viendo que Mani intentaba incorporarse, Inma se sentó a su lado en la cama y le pasó el brazo por la cintura. Sin poder contenerse, le rozó la mejilla con los labios. Él volvió los ojos hacia los de ella con una sonrisa de entendimiento; de repente y sin premeditación, quedaban atrás los rubores y los sonrojos, las miradas elusivas y los disimulos, el temor acogotado de cada uno a que el otro no correspondiera el amor y la sensación de recorrer el borde de un precipicio donde todo podía malograrse. Mani devolvió el beso tras un instante de indeterminación y ella sonrió como quien alcanza una meta largamente soñada.
-Ayúdame a enderezarme, Inma. Tengo que evitar una desgracia...
Poco a poco, y sirviéndose de la muchacha como muleta, consiguió ponerse de pie.
-¡Osú, Virgen de Zamarrilla! -exclamó Inma-. Esto parece cosa de brujas... ¡Te has puesto casi tan grande como mi Guaqui!
Cuando Paula doblaba la esquina de la calle Curadero con la Cruz del Molinillo, Paco superaba la de Huerto de Monjas sin resuello por la carrera, porque al pasar venían anunciándole calamidades espantosas desde cuatro calles antes. Ricardo había desaparecido y el Templao yacía sin conocimiento en el suelo, rodeado por un corro que discutía sus versiones del suceso, mientras Miguel, con la mano izquierda vendada, trataba de hacerle volver en sí a gritos. Viendo que a su madre le faltaban todavía más de cien metros que recorrer, Paco preguntó a su hermano:
-¿Qué te ha pasao?
-La mujer del barbero le ha tirao aceite hirviendo -intervino la Veleña, una de las vecinas que le habían curado; ahora, arrodillada en el empedrado del suelo, sostenía en su regazo la cabeza del Templao.
-No, mujer -discrepó Miguel-. Aceite, no; ha sido agua.
-La misma cabroná -afirmó Paco con tono muy severo-. ¿Es grave?
Miguel negó con la cabeza.
-¿Qué le pasa al Templao? -preguntó Paco.
-Tiene el pecho y las caderas enmorecíos a patás -informó la Veleña-. Esos monstruos se han ensañao con él, pobrecillo, con lo buen hijo y lo trabajador que dice su madre que es... A ver si no lo habrán desgraciao.
La Veleña mojaba un paño en una palangana pequeña llena de agua, paño que ponía en la frente del Templao para intentar que volviera en sí.
-¿Dónde está el Ricardo? -preguntó Paco a su hermano.
-No lo sé -respondió Miguel-. Estaban curándome ahí dentro, y cuando he salío ya no estaba.
-Se lo han llevao los falangistas -informó un vecino desde el balcón del primer piso.
Paco observó que a Paula ya sólo le faltaban unos metros para empezar a abrirse paso entre los curiosos.
-¿Han dicho a dónde? -preguntó, alzando la cabeza hacia el pretil de hierro lleno de macetas.
-¿Tú qué crees? -ironizó el vecino, un casi anciano que mostraba una sonrisa alcohólica con la que pretendía ser sarcásticamente confidencial.
Aparte de que Guaqui el Templao estaba tendido en el empedrado, Paula sólo apreció con la primera ojeada que Miguel tenía vendada la mano.
-¿Ya ha hecho el Antonio una de las suyas? -preguntó.
-No, mamá -respondió Paco-, el Antonio no ha tenío ná que ver.
Tratando de suavizar los tintes para que su madre no se alarmara, Miguel le contó sucintamente lo que sabía.
-¿Ricardo ha roto los cristales de la barbería a patás? -preguntó Paula con incredulidad, recelando que Miguel tratara de exculpar a Antonio.
-¡Digo! -exclamó la Veleña-, con un par de cojones. Sorpresas que da la vida.
-Y ahora, ¿dónde está?
-No lo sabemos, mamá -respondió Paco, mientras le pedía con los ojos silencio al vecino del balcón, cuya embriaguez permanente era el lenitivo de su soledad de solterón- Habrá ido a la parroquia, como siempre a estas horas. ¡Despierta, Guaqui, joé!
Estaba zarandeando al Templao porque lo necesitaba para las averiguaciones sobre Ricardo, ya que no tenía a quien pedir ayuda, salvo el impulsivo e incontrolable Antonio. Y no podía involucrar a ningún compañero del partido en una cuestión tan personal como la búsqueda de un hermano secuestrado. La Veleña vació la palangana sobre la cabeza del Templao.
-¿Dónde están esos mamones? -preguntó éste en un jadeo, entreabriendo los párpados amoratados a golpes.
-¿Te puedes mover, Guaqui? -preguntó Paco.
Con la mano en la cintura para aliviar una punzada de las muchas que le pinchaban en el vientre, las caderas y el pecho, el Templao consiguió ponerse de pie. Hizo varias flexiones de cintura hacia adelante y hacia los costados; los mirones comprobaron que su legendario poderío físico no había mermado con la paliza.
-Puedo moverme -respondió-, pero a ver si no me han reventao por dentro esos cagaos hijos de puta.
-¡Vaya encarnaúra que te ha dao Dios! -exclamó la Veleña-. ¡Como el acero!
-Mamá, cuídate del Migue -pidió Paco-, por si la quemadura fuera grave y hubiera que llevarlo al hospital. El Guaqui y yo tenemos que hacer un mandao.
Viendo retirarse a Paco sujetando el codo del Templao para ayudarle a terminar de recuperarse, Paula comprendió que su hijo le ocultaba algo. Lo primero, ver si la quemadura de Miguel era o no grave, para adoptar las medidas pertinentes, pero en cuanto este asunto quedase resuelto tenía que interrogar a las vecinas, sobre todo a la Veleña, que era muy expansiva.
-¿Dónde podemos indagar? -preguntó Guaqui sobre la marcha, cuando Paco le puso al corriente de la desaparición de Ricardo y la urgencia de encontrarlo antes de que ocurriese algo irreparable.
-Hay una casa en el Hoyo de Esparteros que se rumorea que es un nido de fascistas -respondió Paco con escasa convicción-. Empezaremos por allí.
-¿Y si ya le hubiera pasao lo peor?
Paco giró la cabeza para mirarlo y se mordió el labio antes de responder:
-Entonces, se habría declarao la guerra en Málaga. Si han hecho algo malo con mi Ricardo, te juro por mis muertos que mañana no quedaría un falangista de pie en treinta leguas a la redonda.
-Dicen que el otro día pasaportaron a uno en el camino de las Pellejeras. El muerto tenía tó el pecho lleno de yugos y flechas pintaos con su propia sangre.
-Sí, era un sindicalista de la FAI, un pobre hombre que lo único que ha tenío en su vida son problemas; imagina, siete hijos y dos hijas, todos mayores, tres casaos, y ninguno tenía empleo. A estos falangistas, que dicen que quieren salvar a España no sé de qué, les pareció que se quejaba demasiado de su desgracia y por eso lo han liquidao, pa ahorrarle una molestia al patrón. El gobierno y la policía están dejando que los fascistas se envalentonen, porque se acojonaron una pechá con lo de Asturias, pero como tú comprenderás no vamos a quedarnos cruzaos de brazos. Las cosas están llegando demasiao lejos.
Guaqui el Templao miró de reojo a Paco. Por los elogios del vecindario, estaba al corriente de su comedimiento, pero en esos instantes daba la impresión de haber renunciado a controlarse. .
Angustias atisbaba desde la ventana para tratar de comprobar que lo de Miguel no era grave. Cuidaba de no arrimarse al cristal para no revelarse porque tenía que ocultarse del vecindario, pero también de los suyos; no podía permitirse un gesto que desvelara a su familia lo que sentía por Miguel.
-Se han vuelto locos -comentó Gustavo con tono rasposo por el esfuerzo de contener el furor.
-Locos de remate -avaló Bernarda, enjugándose el llanto y tratando de contener los hipidos-. ¿Qué será de nosotros? ¡Van a asesinar a mi hijo!
-Les faltan cojones.
-Gustavo, por Dios, déjate de bravatas que esto es mu serio. Me van a lisiar a mi hijo y quién sabe lo que le harán a la niña.
Gustavo enterneció la mirada al contemplar a Angustias, de perfil, iluminada a contraluz por la leve luz del farol que llegaba por la ventana. Era como una vestal antigua, una virgencita milagrosa, una rosa con toda la hermosura del Generalife. Quien le pusiera la mano encima, sería hombre muerto. Dijo con acritud:
-Y Sanjurjo, en Portugal, sin dar señales de vida.
-Ése está allí, mu tranquilito, panza arriba, y no va a a venir a meterse en fregaos, pa que estos salvajes lo descalabren.
-Pero... ¿qué tonterías dices, Bernarda? Los héroes que derramaron su sangre en Marruecos, sin miedo a la muerte porque lo que les importaba era el amor a la patria, no van a achicarse a causa de estos bolcheviques analfabetos.
-Lo que tú digas, Gustavo. Pero ¿vamos a dormir esta noche aquí o no?
-Aparte de los compañeros de tu hijo, no conocemos a nadie en esta porquería de capital. ¿En quién podríamos confiar?
-Estaríamos la mar de a gusto en Graná si tú no hubieras...
-¡Cállate, Bernarda! Nunca olvides que soy un honrao padre de familia, que todo lo que quiere y ha querido siempre es el bien y la seguridad de los suyos. Por protegeros, hice lo que hice y soy capaz de cortarle el gaznate a media humanidad.
-¿Entonces, frío los huevos con papas y chorizo o no?
-Sí, prepara la cena, pero sin abrir las ventanas y con la luz apagá. En cuanto a lo de dormir, hay que esperar que venga el Serafín, a ver qué le han dicho en jefatura.
-¿No habrá quedao uno de los compañeros de tu hijo echando una visuá por aquí, por si nos atacaran otra vez? -preguntó Bernarda
-Ojalá hayan tomao esa precaución.
El clamor de comentarios crecía a través del barrio. Los rumores seguían un pauta que siempre era la misma: las espinas se convertían en espadas y los tirachinas, en cañones. Lo que Antonio oyó en la calle, desde la ventana cercana a las dos sillas de aneas donde pelaba la pava con su novia, fue que Miguel agonizaba porque le habían quemado todo el cuerpo echándole un balde de aceite hirviendo y que Serafín había matado a Ricardo. Viendo su palidez mortal y el hielo de sus ojos, Ana le aconsejó:
-Conténte, Antonio. No cometas una locura.
-No digas tonterías, Ana -reprochó Antonio mientras echaba a correr.
En la esquina de Rosal Blanco, se cruzó con Paula, que casi empujaba a Miguel rumbo a la casa, y advirtió que éste llevaba la mano vendada.
-¿Te han quemao en la barbería? -preguntó.
-Sí -respondió Miguel, comprendiendo que debía minimizar la gravedad para no fomentar la ira de Antonio-, pero no es ná... de verdad, es una tonteriílla de ná.
-¿Y el Ricardo?
-No sabemos dónde ha ido -informó Paula, cuya falta de convicción era perceptible a pesar de que las vecinas, respetuosas de la voluntad de Paco, no habían consentido en darle noticia del secuestro-, pero el Paco cree que estará en la parroquia. ¡Ojalá sea verdad! ¿Por qué no te das una vueltecilla por San Felipe?
Mañana continuará
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LA DESBANDÁ, GRATIS. ¿Se muere mi pe
LA DESBANDÁ, GRATIS ¿Se muere mi perro?
Desde abril, cuando la estafa de la editora me dejó completamente en la ruina, carezco de amigos. Todos cuantos tenían alguna a relación conmigo, han dejado de tenerla porque han dado media vuelta. No hay como estar en la indigencia, como yo ahora, para comprobar cuán solo se puede llegar a estar.
El año pasado, encontré un perrito perdido en la sierra de Córdoba y lo adopté. No es bello ni tiene el menor pedigrí. Pero sabe más que los ratones coloraos.
La apropiación de mi dinero por parte de la editora, me ha sumido en una situación que ya he descrito otras veces: desahuciado, mal alimentado y metido a ermitaño. Soledad sin amigos en que la asombrosa fidelidad de mi perrito es todo cuanto de sentimental tengo.
Pero debo de haberle contagiado mi desesperación. Hace unas cinco semanas que está muy inactivo, con algunos problemas en la piel, cojea sin motivo aparente y casi no ha comido las dos últimas semanas. Temo que esté muriéndose, pero no puedo permitirme llevarlo al veterinario.
Lecciones que da la vida.
Trabaje usted veinte años para que se enriquezca una inmoral estafadora.
POR FAVOR, NO COMPREN MIS LIBROS EN LIBRERIAS,
PORQUE SÓLO LUCRARÍAN A LA EDITORA QUE SE HA APROPIADO ILÍCITAMENTE DE MIS DERECHOS DE AUTOR.
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Continuación
Ricardo no comprendía el sentido de las expresiones y ademanes de Miguel. La gente que les observaba desde los balcones y ventanas, y también desde la calle, aunque a cierta distancia y dejando despejado el escenario del espectáculo que anticipaban, mostraba la misma perplejidad que él. ¿Por qué parecía tan triste el muchacho que todos consideraban el más alegre del barrio, el donjuán más impenitente y burlón, el que no se ocupaba de nada que no le causara placer? Ricardo no tenía ni idea de lo que le pasaba al hermano que mayores preocupaciones religiosas le inspiraba a causa de su extrema debilidad por las mujeres, pero debía practicar las enseñanzas de Jesucristo y consolar a los que lloran aunque estuviesen tan corrompidos por los pecados de la carne como lo estaba ese hermano suyo, cuyo diabólico atractivo físico iba a ser su perdición eterna. Tenía que consolarlo y se acercó a él para hacerlo.
Angustias les miraba a los dos con fascinación. Las expresiones de Miguel eran una declaración de amor, y por ello el júbilo le aceleraba el corazón. Los ademanes del que algún día iba a ser su cuñado, el chupacirios del que se burlaban todas las vecindonas, no podía descifrarlos. ¿Intentaba aflojar la presa con que Miguel se colgaba de la reja o trataba de espiar el interior? Absorta en la pregunta, no vio a tiempo que su madre había vuelto de la cocina portando un humeante cazo de agua hirviente; comprendió lo que iba a hacer cuando la vio accionar la manija que abría la cristalera, sin tiempo de impedirlo. Sólo pudo gritar con un gemido:
-¡¡¡Migue!!!
Ricardo consiguió que Miguel soltara la mano derecha del barrote. Tiraba de él para que soltara la reja, cuando notó que el postigo acristalado se abría para descubrir a Bernarda portando un cazo, mientras alguien gritaba dentro el nombre. Creyó que la mujer del barbero pretendía golpear la mano izquierda de Miguel, pero el alarido de éste le reveló que había vertido agua hirviendo sobre esa mano. Guaqui el Templao, que acababa de aproximarse a la carrera, sujetó a Miguel y le preguntó solícito si le dolía mucho al tiempo que examinaba el mal con la pericia de quien, tanto en el puerto como en el taller, sufre quemaduras y heridas con frecuencia.
Miguel hablaba, conservaba el concocimiento, de modo que la quemadura era un daño localizado del que se ocuparían el Templao y las mujeres que habían acudido. Como se sintió libre de la obligación de atenderle, Ricardo se lanzó contra el portalón cerrado de la barbería incapaz de controlar ni racionalizar la ira que catapultaba su cuerpo. Dos años de ayuno y penitencias en busca de la templanza para el servicio de la Iglesia, fueron aventados por los ayes de Miguel, y un aguijón impulsó sus pies y manos anulando su voluntad. Bajo el estupor del vecindario, que contemplaba la progresión de la reyerta tan festivamente como todos los enfrentamientos, el muchacho cuya virilidad cuestionaban todos y cuya afición por las cosas de iglesia ocasionaba las más clamorosas burlas, golpeaba en estado de arrebato las dos hojas de vieja madera tachonada de clavos de hierro con una fiereza que nadie hubiera sido capaz de atribuirle, obnubilado y en trance, como si sólo pudiera pensar en la injusticia de que precisamente el menos conflictivo de sus hermanos gimiera con la mano y el brazo izquierdo abrasados. Las patadas de Ricardo eran tan violentas, que comenzó a oírse el chasquido de los cristales interiores que se rompían por sus embestidas.
-¡Rojo degenerado, para, si no quieres que te mate! -gritó una voz autoritaria.
Ricardo constató de reojo el sentido de la advertencia y se detuvo.
Acababa de llegar Serafín con otros tres miembros de su grupo, todos uniformados. El que profería la amenaza era un hombre maduro que esgrimía entre aspavientos una pistola enorme, de un modo que revelaba su torpeza y la escasez de su fuerza. Incapaz de permanecer impasible y al margen, Guaqui el Templao, ayudado por una espectadora, arrastró en volandas a Miguel hacia un grupo de tres vecinas que asistían al espectáculo apostadas ante un portal cercano, a las que dijo:
-Tomar, sujetarlo ustedes y echarle aceite de oliva en la quemaúra.
En cuanto se aseguró de que las mujeres se hacían cargo de Miguel, arremetió contra el grupo de Serafín. Cayó sobre el que enarbolaba la pistola y le tumbó en el suelo.
Inma había llegado al hospital. No atendió el veto de la monja y subió las escaleras a zancadas, pues conocía de sobra el camino hacia la cama de Mani gracias a las innumerables rondas de su sueño realizadas a escondidas durante cuatro meses. Se asomó al dintel de la puerta; casi recostada en la cama, Paula tenía abrazado a Mani con su izquierda mientra le acariciaba la frente con la derecha. Llamó su atención con un siseo y le indicó con la mano que saliera.
-¿Qué pasa, Inma?
Le contó atropelladamente lo que sabía y su temor de que la pelea hubiera comenzado ya. Paula miró a su hijo irresoluta, porque le costaría gran esfuerzo abandonarlo en ese momento, Preguntó a la muchacha entre dientes:
-¿Puedes quedarte un ratillo con el Mani?
-A eso he venío.
-No le cuentes ná de lo que pasa -ordenó más que pidió Paula y volviéndose hacia Mani, añadió: -Niño, que tengo que hacer un mandao, pero vendré luego. La Inma va a entretenerte.
Echó a correr hacia el barrio.
-¿Qué está pasando, Inma? -preguntó Mani.
-Ná.
-No seas embustera. Algo tiene que pasar pa que mi madre haya echao a correr con tanta bulla.
Comprendiendo que no iba a valerle de nada negarlo, Inma le describió el panorama de lo que suponía que podía estar ocurriendo ante la barbería.
-Ayúdame a ponerme de pie, Inma.
-¡Tú has perdío el sentío! Has estao cuatro meses tendío, sin conocimiento, y tus huesos se habrán quedao sin cal.
-Por eso necesito que me ayudes. Ven, por favor.
Viendo que Mani intentaba incorporarse, Inma se sentó a su lado en la cama y le pasó el brazo por la cintura. Sin poder contenerse, le rozó la mejilla con los labios. Él volvió los ojos hacia los de ella con una sonrisa de entendimiento; de repente y sin premeditación, quedaban atrás los rubores y los sonrojos, las miradas elusivas y los disimulos, el temor acogotado de cada uno a que el otro no correspondiera el amor y la sensación de recorrer el borde de un precipicio donde todo podía malograrse. Mani devolvió el beso tras un instante de indeterminación y ella sonrió como quien alcanza una meta largamente soñada.
-Ayúdame a enderezarme, Inma. Tengo que evitar una desgracia...
Poco a poco, y sirviéndose de la muchacha como muleta, consiguió ponerse de pie.
-¡Osú, Virgen de Zamarrilla! -exclamó Inma-. Esto parece cosa de brujas... ¡Te has puesto casi tan grande como mi Guaqui!
Cuando Paula doblaba la esquina de la calle Curadero con la Cruz del Molinillo, Paco superaba la de Huerto de Monjas sin resuello por la carrera, porque al pasar venían anunciándole calamidades espantosas desde cuatro calles antes. Ricardo había desaparecido y el Templao yacía sin conocimiento en el suelo, rodeado por un corro que discutía sus versiones del suceso, mientras Miguel, con la mano izquierda vendada, trataba de hacerle volver en sí a gritos. Viendo que a su madre le faltaban todavía más de cien metros que recorrer, Paco preguntó a su hermano:
-¿Qué te ha pasao?
-La mujer del barbero le ha tirao aceite hirviendo -intervino la Veleña, una de las vecinas que le habían curado; ahora, arrodillada en el empedrado del suelo, sostenía en su regazo la cabeza del Templao.
-No, mujer -discrepó Miguel-. Aceite, no; ha sido agua.
-La misma cabroná -afirmó Paco con tono muy severo-. ¿Es grave?
Miguel negó con la cabeza.
-¿Qué le pasa al Templao? -preguntó Paco.
-Tiene el pecho y las caderas enmorecíos a patás -informó la Veleña-. Esos monstruos se han ensañao con él, pobrecillo, con lo buen hijo y lo trabajador que dice su madre que es... A ver si no lo habrán desgraciao.
La Veleña mojaba un paño en una palangana pequeña llena de agua, paño que ponía en la frente del Templao para intentar que volviera en sí.
-¿Dónde está el Ricardo? -preguntó Paco a su hermano.
-No lo sé -respondió Miguel-. Estaban curándome ahí dentro, y cuando he salío ya no estaba.
-Se lo han llevao los falangistas -informó un vecino desde el balcón del primer piso.
Paco observó que a Paula ya sólo le faltaban unos metros para empezar a abrirse paso entre los curiosos.
-¿Han dicho a dónde? -preguntó, alzando la cabeza hacia el pretil de hierro lleno de macetas.
-¿Tú qué crees? -ironizó el vecino, un casi anciano que mostraba una sonrisa alcohólica con la que pretendía ser sarcásticamente confidencial.
Aparte de que Guaqui el Templao estaba tendido en el empedrado, Paula sólo apreció con la primera ojeada que Miguel tenía vendada la mano.
-¿Ya ha hecho el Antonio una de las suyas? -preguntó.
-No, mamá -respondió Paco-, el Antonio no ha tenío ná que ver.
Tratando de suavizar los tintes para que su madre no se alarmara, Miguel le contó sucintamente lo que sabía.
-¿Ricardo ha roto los cristales de la barbería a patás? -preguntó Paula con incredulidad, recelando que Miguel tratara de exculpar a Antonio.
-¡Digo! -exclamó la Veleña-, con un par de cojones. Sorpresas que da la vida.
-Y ahora, ¿dónde está?
-No lo sabemos, mamá -respondió Paco, mientras le pedía con los ojos silencio al vecino del balcón, cuya embriaguez permanente era el lenitivo de su soledad de solterón- Habrá ido a la parroquia, como siempre a estas horas. ¡Despierta, Guaqui, joé!
Estaba zarandeando al Templao porque lo necesitaba para las averiguaciones sobre Ricardo, ya que no tenía a quien pedir ayuda, salvo el impulsivo e incontrolable Antonio. Y no podía involucrar a ningún compañero del partido en una cuestión tan personal como la búsqueda de un hermano secuestrado. La Veleña vació la palangana sobre la cabeza del Templao.
-¿Dónde están esos mamones? -preguntó éste en un jadeo, entreabriendo los párpados amoratados a golpes.
-¿Te puedes mover, Guaqui? -preguntó Paco.
Con la mano en la cintura para aliviar una punzada de las muchas que le pinchaban en el vientre, las caderas y el pecho, el Templao consiguió ponerse de pie. Hizo varias flexiones de cintura hacia adelante y hacia los costados; los mirones comprobaron que su legendario poderío físico no había mermado con la paliza.
-Puedo moverme -respondió-, pero a ver si no me han reventao por dentro esos cagaos hijos de puta.
-¡Vaya encarnaúra que te ha dao Dios! -exclamó la Veleña-. ¡Como el acero!
-Mamá, cuídate del Migue -pidió Paco-, por si la quemadura fuera grave y hubiera que llevarlo al hospital. El Guaqui y yo tenemos que hacer un mandao.
Viendo retirarse a Paco sujetando el codo del Templao para ayudarle a terminar de recuperarse, Paula comprendió que su hijo le ocultaba algo. Lo primero, ver si la quemadura de Miguel era o no grave, para adoptar las medidas pertinentes, pero en cuanto este asunto quedase resuelto tenía que interrogar a las vecinas, sobre todo a la Veleña, que era muy expansiva.
-¿Dónde podemos indagar? -preguntó Guaqui sobre la marcha, cuando Paco le puso al corriente de la desaparición de Ricardo y la urgencia de encontrarlo antes de que ocurriese algo irreparable.
-Hay una casa en el Hoyo de Esparteros que se rumorea que es un nido de fascistas -respondió Paco con escasa convicción-. Empezaremos por allí.
-¿Y si ya le hubiera pasao lo peor?
Paco giró la cabeza para mirarlo y se mordió el labio antes de responder:
-Entonces, se habría declarao la guerra en Málaga. Si han hecho algo malo con mi Ricardo, te juro por mis muertos que mañana no quedaría un falangista de pie en treinta leguas a la redonda.
-Dicen que el otro día pasaportaron a uno en el camino de las Pellejeras. El muerto tenía tó el pecho lleno de yugos y flechas pintaos con su propia sangre.
-Sí, era un sindicalista de la FAI, un pobre hombre que lo único que ha tenío en su vida son problemas; imagina, siete hijos y dos hijas, todos mayores, tres casaos, y ninguno tenía empleo. A estos falangistas, que dicen que quieren salvar a España no sé de qué, les pareció que se quejaba demasiado de su desgracia y por eso lo han liquidao, pa ahorrarle una molestia al patrón. El gobierno y la policía están dejando que los fascistas se envalentonen, porque se acojonaron una pechá con lo de Asturias, pero como tú comprenderás no vamos a quedarnos cruzaos de brazos. Las cosas están llegando demasiao lejos.
Guaqui el Templao miró de reojo a Paco. Por los elogios del vecindario, estaba al corriente de su comedimiento, pero en esos instantes daba la impresión de haber renunciado a controlarse. .
Angustias atisbaba desde la ventana para tratar de comprobar que lo de Miguel no era grave. Cuidaba de no arrimarse al cristal para no revelarse porque tenía que ocultarse del vecindario, pero también de los suyos; no podía permitirse un gesto que desvelara a su familia lo que sentía por Miguel.
-Se han vuelto locos -comentó Gustavo con tono rasposo por el esfuerzo de contener el furor.
-Locos de remate -avaló Bernarda, enjugándose el llanto y tratando de contener los hipidos-. ¿Qué será de nosotros? ¡Van a asesinar a mi hijo!
-Les faltan cojones.
-Gustavo, por Dios, déjate de bravatas que esto es mu serio. Me van a lisiar a mi hijo y quién sabe lo que le harán a la niña.
Gustavo enterneció la mirada al contemplar a Angustias, de perfil, iluminada a contraluz por la leve luz del farol que llegaba por la ventana. Era como una vestal antigua, una virgencita milagrosa, una rosa con toda la hermosura del Generalife. Quien le pusiera la mano encima, sería hombre muerto. Dijo con acritud:
-Y Sanjurjo, en Portugal, sin dar señales de vida.
-Ése está allí, mu tranquilito, panza arriba, y no va a a venir a meterse en fregaos, pa que estos salvajes lo descalabren.
-Pero... ¿qué tonterías dices, Bernarda? Los héroes que derramaron su sangre en Marruecos, sin miedo a la muerte porque lo que les importaba era el amor a la patria, no van a achicarse a causa de estos bolcheviques analfabetos.
-Lo que tú digas, Gustavo. Pero ¿vamos a dormir esta noche aquí o no?
-Aparte de los compañeros de tu hijo, no conocemos a nadie en esta porquería de capital. ¿En quién podríamos confiar?
-Estaríamos la mar de a gusto en Graná si tú no hubieras...
-¡Cállate, Bernarda! Nunca olvides que soy un honrao padre de familia, que todo lo que quiere y ha querido siempre es el bien y la seguridad de los suyos. Por protegeros, hice lo que hice y soy capaz de cortarle el gaznate a media humanidad.
-¿Entonces, frío los huevos con papas y chorizo o no?
-Sí, prepara la cena, pero sin abrir las ventanas y con la luz apagá. En cuanto a lo de dormir, hay que esperar que venga el Serafín, a ver qué le han dicho en jefatura.
-¿No habrá quedao uno de los compañeros de tu hijo echando una visuá por aquí, por si nos atacaran otra vez? -preguntó Bernarda
-Ojalá hayan tomao esa precaución.
El clamor de comentarios crecía a través del barrio. Los rumores seguían un pauta que siempre era la misma: las espinas se convertían en espadas y los tirachinas, en cañones. Lo que Antonio oyó en la calle, desde la ventana cercana a las dos sillas de aneas donde pelaba la pava con su novia, fue que Miguel agonizaba porque le habían quemado todo el cuerpo echándole un balde de aceite hirviendo y que Serafín había matado a Ricardo. Viendo su palidez mortal y el hielo de sus ojos, Ana le aconsejó:
-Conténte, Antonio. No cometas una locura.
-No digas tonterías, Ana -reprochó Antonio mientras echaba a correr.
En la esquina de Rosal Blanco, se cruzó con Paula, que casi empujaba a Miguel rumbo a la casa, y advirtió que éste llevaba la mano vendada.
-¿Te han quemao en la barbería? -preguntó.
-Sí -respondió Miguel, comprendiendo que debía minimizar la gravedad para no fomentar la ira de Antonio-, pero no es ná... de verdad, es una tonteriílla de ná.
-¿Y el Ricardo?
-No sabemos dónde ha ido -informó Paula, cuya falta de convicción era perceptible a pesar de que las vecinas, respetuosas de la voluntad de Paco, no habían consentido en darle noticia del secuestro-, pero el Paco cree que estará en la parroquia. ¡Ojalá sea verdad! ¿Por qué no te das una vueltecilla por San Felipe?
Mañana continuará
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Desde abril, cuando la estafa de la editora me dejó completamente en la ruina, carezco de amigos. Todos cuantos tenían alguna a relación conmigo, han dejado de tenerla porque han dado media vuelta. No hay como estar en la indigencia, como yo ahora, para comprobar cuán solo se puede llegar a estar.
El año pasado, encontré un perrito perdido en la sierra de Córdoba y lo adopté. No es bello ni tiene el menor pedigrí. Pero sabe más que los ratones coloraos.
La apropiación de mi dinero por parte de la editora, me ha sumido en una situación que ya he descrito otras veces: desahuciado, mal alimentado y metido a ermitaño. Soledad sin amigos en que la asombrosa fidelidad de mi perrito es todo cuanto de sentimental tengo.
Pero debo de haberle contagiado mi desesperación. Hace unas cinco semanas que está muy inactivo, con algunos problemas en la piel, cojea sin motivo aparente y casi no ha comido las dos últimas semanas. Temo que esté muriéndose, pero no puedo permitirme llevarlo al veterinario.
Lecciones que da la vida.
Trabaje usted veinte años para que se enriquezca una inmoral estafadora.
POR FAVOR, NO COMPREN MIS LIBROS EN LIBRERIAS,
PORQUE SÓLO LUCRARÍAN A LA EDITORA QUE SE HA APROPIADO ILÍCITAMENTE DE MIS DERECHOS DE AUTOR.
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Continuación
Ricardo no comprendía el sentido de las expresiones y ademanes de Miguel. La gente que les observaba desde los balcones y ventanas, y también desde la calle, aunque a cierta distancia y dejando despejado el escenario del espectáculo que anticipaban, mostraba la misma perplejidad que él. ¿Por qué parecía tan triste el muchacho que todos consideraban el más alegre del barrio, el donjuán más impenitente y burlón, el que no se ocupaba de nada que no le causara placer? Ricardo no tenía ni idea de lo que le pasaba al hermano que mayores preocupaciones religiosas le inspiraba a causa de su extrema debilidad por las mujeres, pero debía practicar las enseñanzas de Jesucristo y consolar a los que lloran aunque estuviesen tan corrompidos por los pecados de la carne como lo estaba ese hermano suyo, cuyo diabólico atractivo físico iba a ser su perdición eterna. Tenía que consolarlo y se acercó a él para hacerlo.
Angustias les miraba a los dos con fascinación. Las expresiones de Miguel eran una declaración de amor, y por ello el júbilo le aceleraba el corazón. Los ademanes del que algún día iba a ser su cuñado, el chupacirios del que se burlaban todas las vecindonas, no podía descifrarlos. ¿Intentaba aflojar la presa con que Miguel se colgaba de la reja o trataba de espiar el interior? Absorta en la pregunta, no vio a tiempo que su madre había vuelto de la cocina portando un humeante cazo de agua hirviente; comprendió lo que iba a hacer cuando la vio accionar la manija que abría la cristalera, sin tiempo de impedirlo. Sólo pudo gritar con un gemido:
-¡¡¡Migue!!!
Ricardo consiguió que Miguel soltara la mano derecha del barrote. Tiraba de él para que soltara la reja, cuando notó que el postigo acristalado se abría para descubrir a Bernarda portando un cazo, mientras alguien gritaba dentro el nombre. Creyó que la mujer del barbero pretendía golpear la mano izquierda de Miguel, pero el alarido de éste le reveló que había vertido agua hirviendo sobre esa mano. Guaqui el Templao, que acababa de aproximarse a la carrera, sujetó a Miguel y le preguntó solícito si le dolía mucho al tiempo que examinaba el mal con la pericia de quien, tanto en el puerto como en el taller, sufre quemaduras y heridas con frecuencia.
Miguel hablaba, conservaba el concocimiento, de modo que la quemadura era un daño localizado del que se ocuparían el Templao y las mujeres que habían acudido. Como se sintió libre de la obligación de atenderle, Ricardo se lanzó contra el portalón cerrado de la barbería incapaz de controlar ni racionalizar la ira que catapultaba su cuerpo. Dos años de ayuno y penitencias en busca de la templanza para el servicio de la Iglesia, fueron aventados por los ayes de Miguel, y un aguijón impulsó sus pies y manos anulando su voluntad. Bajo el estupor del vecindario, que contemplaba la progresión de la reyerta tan festivamente como todos los enfrentamientos, el muchacho cuya virilidad cuestionaban todos y cuya afición por las cosas de iglesia ocasionaba las más clamorosas burlas, golpeaba en estado de arrebato las dos hojas de vieja madera tachonada de clavos de hierro con una fiereza que nadie hubiera sido capaz de atribuirle, obnubilado y en trance, como si sólo pudiera pensar en la injusticia de que precisamente el menos conflictivo de sus hermanos gimiera con la mano y el brazo izquierdo abrasados. Las patadas de Ricardo eran tan violentas, que comenzó a oírse el chasquido de los cristales interiores que se rompían por sus embestidas.
-¡Rojo degenerado, para, si no quieres que te mate! -gritó una voz autoritaria.
Ricardo constató de reojo el sentido de la advertencia y se detuvo.
Acababa de llegar Serafín con otros tres miembros de su grupo, todos uniformados. El que profería la amenaza era un hombre maduro que esgrimía entre aspavientos una pistola enorme, de un modo que revelaba su torpeza y la escasez de su fuerza. Incapaz de permanecer impasible y al margen, Guaqui el Templao, ayudado por una espectadora, arrastró en volandas a Miguel hacia un grupo de tres vecinas que asistían al espectáculo apostadas ante un portal cercano, a las que dijo:
-Tomar, sujetarlo ustedes y echarle aceite de oliva en la quemaúra.
En cuanto se aseguró de que las mujeres se hacían cargo de Miguel, arremetió contra el grupo de Serafín. Cayó sobre el que enarbolaba la pistola y le tumbó en el suelo.
Inma había llegado al hospital. No atendió el veto de la monja y subió las escaleras a zancadas, pues conocía de sobra el camino hacia la cama de Mani gracias a las innumerables rondas de su sueño realizadas a escondidas durante cuatro meses. Se asomó al dintel de la puerta; casi recostada en la cama, Paula tenía abrazado a Mani con su izquierda mientra le acariciaba la frente con la derecha. Llamó su atención con un siseo y le indicó con la mano que saliera.
-¿Qué pasa, Inma?
Le contó atropelladamente lo que sabía y su temor de que la pelea hubiera comenzado ya. Paula miró a su hijo irresoluta, porque le costaría gran esfuerzo abandonarlo en ese momento, Preguntó a la muchacha entre dientes:
-¿Puedes quedarte un ratillo con el Mani?
-A eso he venío.
-No le cuentes ná de lo que pasa -ordenó más que pidió Paula y volviéndose hacia Mani, añadió: -Niño, que tengo que hacer un mandao, pero vendré luego. La Inma va a entretenerte.
Echó a correr hacia el barrio.
-¿Qué está pasando, Inma? -preguntó Mani.
-Ná.
-No seas embustera. Algo tiene que pasar pa que mi madre haya echao a correr con tanta bulla.
Comprendiendo que no iba a valerle de nada negarlo, Inma le describió el panorama de lo que suponía que podía estar ocurriendo ante la barbería.
-Ayúdame a ponerme de pie, Inma.
-¡Tú has perdío el sentío! Has estao cuatro meses tendío, sin conocimiento, y tus huesos se habrán quedao sin cal.
-Por eso necesito que me ayudes. Ven, por favor.
Viendo que Mani intentaba incorporarse, Inma se sentó a su lado en la cama y le pasó el brazo por la cintura. Sin poder contenerse, le rozó la mejilla con los labios. Él volvió los ojos hacia los de ella con una sonrisa de entendimiento; de repente y sin premeditación, quedaban atrás los rubores y los sonrojos, las miradas elusivas y los disimulos, el temor acogotado de cada uno a que el otro no correspondiera el amor y la sensación de recorrer el borde de un precipicio donde todo podía malograrse. Mani devolvió el beso tras un instante de indeterminación y ella sonrió como quien alcanza una meta largamente soñada.
-Ayúdame a enderezarme, Inma. Tengo que evitar una desgracia...
Poco a poco, y sirviéndose de la muchacha como muleta, consiguió ponerse de pie.
-¡Osú, Virgen de Zamarrilla! -exclamó Inma-. Esto parece cosa de brujas... ¡Te has puesto casi tan grande como mi Guaqui!
Cuando Paula doblaba la esquina de la calle Curadero con la Cruz del Molinillo, Paco superaba la de Huerto de Monjas sin resuello por la carrera, porque al pasar venían anunciándole calamidades espantosas desde cuatro calles antes. Ricardo había desaparecido y el Templao yacía sin conocimiento en el suelo, rodeado por un corro que discutía sus versiones del suceso, mientras Miguel, con la mano izquierda vendada, trataba de hacerle volver en sí a gritos. Viendo que a su madre le faltaban todavía más de cien metros que recorrer, Paco preguntó a su hermano:
-¿Qué te ha pasao?
-La mujer del barbero le ha tirao aceite hirviendo -intervino la Veleña, una de las vecinas que le habían curado; ahora, arrodillada en el empedrado del suelo, sostenía en su regazo la cabeza del Templao.
-No, mujer -discrepó Miguel-. Aceite, no; ha sido agua.
-La misma cabroná -afirmó Paco con tono muy severo-. ¿Es grave?
Miguel negó con la cabeza.
-¿Qué le pasa al Templao? -preguntó Paco.
-Tiene el pecho y las caderas enmorecíos a patás -informó la Veleña-. Esos monstruos se han ensañao con él, pobrecillo, con lo buen hijo y lo trabajador que dice su madre que es... A ver si no lo habrán desgraciao.
La Veleña mojaba un paño en una palangana pequeña llena de agua, paño que ponía en la frente del Templao para intentar que volviera en sí.
-¿Dónde está el Ricardo? -preguntó Paco a su hermano.
-No lo sé -respondió Miguel-. Estaban curándome ahí dentro, y cuando he salío ya no estaba.
-Se lo han llevao los falangistas -informó un vecino desde el balcón del primer piso.
Paco observó que a Paula ya sólo le faltaban unos metros para empezar a abrirse paso entre los curiosos.
-¿Han dicho a dónde? -preguntó, alzando la cabeza hacia el pretil de hierro lleno de macetas.
-¿Tú qué crees? -ironizó el vecino, un casi anciano que mostraba una sonrisa alcohólica con la que pretendía ser sarcásticamente confidencial.
Aparte de que Guaqui el Templao estaba tendido en el empedrado, Paula sólo apreció con la primera ojeada que Miguel tenía vendada la mano.
-¿Ya ha hecho el Antonio una de las suyas? -preguntó.
-No, mamá -respondió Paco-, el Antonio no ha tenío ná que ver.
Tratando de suavizar los tintes para que su madre no se alarmara, Miguel le contó sucintamente lo que sabía.
-¿Ricardo ha roto los cristales de la barbería a patás? -preguntó Paula con incredulidad, recelando que Miguel tratara de exculpar a Antonio.
-¡Digo! -exclamó la Veleña-, con un par de cojones. Sorpresas que da la vida.
-Y ahora, ¿dónde está?
-No lo sabemos, mamá -respondió Paco, mientras le pedía con los ojos silencio al vecino del balcón, cuya embriaguez permanente era el lenitivo de su soledad de solterón- Habrá ido a la parroquia, como siempre a estas horas. ¡Despierta, Guaqui, joé!
Estaba zarandeando al Templao porque lo necesitaba para las averiguaciones sobre Ricardo, ya que no tenía a quien pedir ayuda, salvo el impulsivo e incontrolable Antonio. Y no podía involucrar a ningún compañero del partido en una cuestión tan personal como la búsqueda de un hermano secuestrado. La Veleña vació la palangana sobre la cabeza del Templao.
-¿Dónde están esos mamones? -preguntó éste en un jadeo, entreabriendo los párpados amoratados a golpes.
-¿Te puedes mover, Guaqui? -preguntó Paco.
Con la mano en la cintura para aliviar una punzada de las muchas que le pinchaban en el vientre, las caderas y el pecho, el Templao consiguió ponerse de pie. Hizo varias flexiones de cintura hacia adelante y hacia los costados; los mirones comprobaron que su legendario poderío físico no había mermado con la paliza.
-Puedo moverme -respondió-, pero a ver si no me han reventao por dentro esos cagaos hijos de puta.
-¡Vaya encarnaúra que te ha dao Dios! -exclamó la Veleña-. ¡Como el acero!
-Mamá, cuídate del Migue -pidió Paco-, por si la quemadura fuera grave y hubiera que llevarlo al hospital. El Guaqui y yo tenemos que hacer un mandao.
Viendo retirarse a Paco sujetando el codo del Templao para ayudarle a terminar de recuperarse, Paula comprendió que su hijo le ocultaba algo. Lo primero, ver si la quemadura de Miguel era o no grave, para adoptar las medidas pertinentes, pero en cuanto este asunto quedase resuelto tenía que interrogar a las vecinas, sobre todo a la Veleña, que era muy expansiva.
-¿Dónde podemos indagar? -preguntó Guaqui sobre la marcha, cuando Paco le puso al corriente de la desaparición de Ricardo y la urgencia de encontrarlo antes de que ocurriese algo irreparable.
-Hay una casa en el Hoyo de Esparteros que se rumorea que es un nido de fascistas -respondió Paco con escasa convicción-. Empezaremos por allí.
-¿Y si ya le hubiera pasao lo peor?
Paco giró la cabeza para mirarlo y se mordió el labio antes de responder:
-Entonces, se habría declarao la guerra en Málaga. Si han hecho algo malo con mi Ricardo, te juro por mis muertos que mañana no quedaría un falangista de pie en treinta leguas a la redonda.
-Dicen que el otro día pasaportaron a uno en el camino de las Pellejeras. El muerto tenía tó el pecho lleno de yugos y flechas pintaos con su propia sangre.
-Sí, era un sindicalista de la FAI, un pobre hombre que lo único que ha tenío en su vida son problemas; imagina, siete hijos y dos hijas, todos mayores, tres casaos, y ninguno tenía empleo. A estos falangistas, que dicen que quieren salvar a España no sé de qué, les pareció que se quejaba demasiado de su desgracia y por eso lo han liquidao, pa ahorrarle una molestia al patrón. El gobierno y la policía están dejando que los fascistas se envalentonen, porque se acojonaron una pechá con lo de Asturias, pero como tú comprenderás no vamos a quedarnos cruzaos de brazos. Las cosas están llegando demasiao lejos.
Guaqui el Templao miró de reojo a Paco. Por los elogios del vecindario, estaba al corriente de su comedimiento, pero en esos instantes daba la impresión de haber renunciado a controlarse. .
Angustias atisbaba desde la ventana para tratar de comprobar que lo de Miguel no era grave. Cuidaba de no arrimarse al cristal para no revelarse porque tenía que ocultarse del vecindario, pero también de los suyos; no podía permitirse un gesto que desvelara a su familia lo que sentía por Miguel.
-Se han vuelto locos -comentó Gustavo con tono rasposo por el esfuerzo de contener el furor.
-Locos de remate -avaló Bernarda, enjugándose el llanto y tratando de contener los hipidos-. ¿Qué será de nosotros? ¡Van a asesinar a mi hijo!
-Les faltan cojones.
-Gustavo, por Dios, déjate de bravatas que esto es mu serio. Me van a lisiar a mi hijo y quién sabe lo que le harán a la niña.
Gustavo enterneció la mirada al contemplar a Angustias, de perfil, iluminada a contraluz por la leve luz del farol que llegaba por la ventana. Era como una vestal antigua, una virgencita milagrosa, una rosa con toda la hermosura del Generalife. Quien le pusiera la mano encima, sería hombre muerto. Dijo con acritud:
-Y Sanjurjo, en Portugal, sin dar señales de vida.
-Ése está allí, mu tranquilito, panza arriba, y no va a a venir a meterse en fregaos, pa que estos salvajes lo descalabren.
-Pero... ¿qué tonterías dices, Bernarda? Los héroes que derramaron su sangre en Marruecos, sin miedo a la muerte porque lo que les importaba era el amor a la patria, no van a achicarse a causa de estos bolcheviques analfabetos.
-Lo que tú digas, Gustavo. Pero ¿vamos a dormir esta noche aquí o no?
-Aparte de los compañeros de tu hijo, no conocemos a nadie en esta porquería de capital. ¿En quién podríamos confiar?
-Estaríamos la mar de a gusto en Graná si tú no hubieras...
-¡Cállate, Bernarda! Nunca olvides que soy un honrao padre de familia, que todo lo que quiere y ha querido siempre es el bien y la seguridad de los suyos. Por protegeros, hice lo que hice y soy capaz de cortarle el gaznate a media humanidad.
-¿Entonces, frío los huevos con papas y chorizo o no?
-Sí, prepara la cena, pero sin abrir las ventanas y con la luz apagá. En cuanto a lo de dormir, hay que esperar que venga el Serafín, a ver qué le han dicho en jefatura.
-¿No habrá quedao uno de los compañeros de tu hijo echando una visuá por aquí, por si nos atacaran otra vez? -preguntó Bernarda
-Ojalá hayan tomao esa precaución.
El clamor de comentarios crecía a través del barrio. Los rumores seguían un pauta que siempre era la misma: las espinas se convertían en espadas y los tirachinas, en cañones. Lo que Antonio oyó en la calle, desde la ventana cercana a las dos sillas de aneas donde pelaba la pava con su novia, fue que Miguel agonizaba porque le habían quemado todo el cuerpo echándole un balde de aceite hirviendo y que Serafín había matado a Ricardo. Viendo su palidez mortal y el hielo de sus ojos, Ana le aconsejó:
-Conténte, Antonio. No cometas una locura.
-No digas tonterías, Ana -reprochó Antonio mientras echaba a correr.
En la esquina de Rosal Blanco, se cruzó con Paula, que casi empujaba a Miguel rumbo a la casa, y advirtió que éste llevaba la mano vendada.
-¿Te han quemao en la barbería? -preguntó.
-Sí -respondió Miguel, comprendiendo que debía minimizar la gravedad para no fomentar la ira de Antonio-, pero no es ná... de verdad, es una tonteriílla de ná.
-¿Y el Ricardo?
-No sabemos dónde ha ido -informó Paula, cuya falta de convicción era perceptible a pesar de que las vecinas, respetuosas de la voluntad de Paco, no habían consentido en darle noticia del secuestro-, pero el Paco cree que estará en la parroquia. ¡Ojalá sea verdad! ¿Por qué no te das una vueltecilla por San Felipe?
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