sábado, 26 de julio de 2008

LOCO POR LA MÚSICA


El gusto por la música es una cualidad innata. El sentido exacto del ritmo, la memoria melódica, la facultad de descubrir la calidad allí donde se encuentre -sea el género que sea-, la capacidad de construir universos con la imaginación siguiendo la interpretación de una orquesta… aunque requiera más aprendizaje que otras artes y sean siempre indispensables los maestros/guías, la afición musical es un patrimonio espiritual con el que se nace, aunque lo mejor será desarrollarlo. Un amigo barcelonés me lo explicaba con una especie de silogismo: “Si te gusta el flamenco y la música de la banda municipal, es seguro que te gustará el clásico o… tal vez el jazz. Si te gustan dos géneros folclóricos tan dispares como el brasileño y el español, seguramente adorarás a Beethoven sin saberlo”
Sentir el delirium tremens de Mussorgsky en lo alto del Monte Pelado debe de ser una de las experiencias más terroríficas y tenebrosas del ánimo, pero nadie podría igualar el tranquilo fluir deslizándose por la corriente del Moldava con Smetana, como si saltaran en la superficie todos los insectos y anfibios de Centroeuropa, pudiera uno llegar a desentrañar los misterios del Elba y, sin necesidad de trasladarse al Rin, experimentar la premonición de muerte de las Valquirias en cabalgata. ¿Y quién no vería florecer el báculo papal en los coros de Tannhauser? ¿O dejaría pasar sin estremecerse la ordalía de Undivé y el aquelarre de la Danza del Fuego? He visto el tropel desbocado del ejército del Príncipe Igor, la tunantería adormecida de Sherazade, las caracolas bailando con olas en las playas malagueñas con Albéniz, el peligro inminente del baile de Romeo y Julieta, con Prokofiev, el júbilo impetuoso de la jota –genuino himno español- de Bretón, el orgullo altanero aunque acogotado de Sibelius y el llanto en un lago por el amor prohibido e imposible de Tchaikosvky.
Nada iluminaría los recovecos de mi pecho mejor que Bellini, ni burbujearía más jubilosa y explosivamente mis brindis que Verdi, ni exaltaría más mi estupor por el absurdo que Bizet, ni convulsionaría más violentamente mi fatalismo que Bernstein, ni rompería más hondo mi corazón que Maurice Jarre entre samovares y girasoles, ni me serviría de espejo multicolor mejor que Ruperto Chapí ni exaltaría mi líbido en Babilonia mejor que Lleó.
Hay que descubrir todo eso dentro de uno pero ayuda mucho hacer lo mismo que cuando se pretende conocer mínimamente una pirámide: buscarse un guía. Yo tuve uno que, de pronto y sin esperarlo, me desveló algo que había presentido siempre. Llorar sin saber por qué escuchando una orquesta es un sentimiento que nadie podría describir ni, mucho menos, razonar.
Cuando uno se ha dejado abducir por los tambores de Barlovento o por las gaitas maracuchas de Venezuela, o por las batucadas de Bahía, o por los “hamelines” con trombón de New Orleans… Cuando uno ha sido transportado a la Pampa o a Corrientes/Jujuy montado a caballo o navegando en jangada, o se ha bañado en merengue por el Caribe cubierta la cabeza de sangre de gallina por un santero ante la Caridad del Cobre… Cuando uno ha bailado por malagueñas con Lecuona o rumba flamenca egipcia con Lolaky… Cuando uno ha sido transportado sin voluntad por un ritmo, una melodía o un solo arpegio y cuando ha llorado copiosamente con Barber, ya no debe forzar más su pobre corazón. Bendita Locura.

1 comentario:

Harto dijo...

Melero cualquiera que sepa de musica se da cuenta de que tu no llegaste ni a clasicos populares, no tienes ni puta idea pero si eres un rato cursi como siempre. Lei unos versos sobre tu famoso suicidio de la semana pasada en PeriodoistaDigital, no los copie pero mañana los bajo si los vuelvo a encontrar, son la hostia. Eres como el suicida de Gila que confundio la botella de orujo con la de la lejia. Deja de dar la vara, Melero, payaso