Parafraseando aquel viejo poema, “no entiendo cómo se aguanta a sí misma esa ignorante perversa” Es defraudadora, ladrona, pretenciosa, ignorante e impertinente pero, sobre todo, es perversa.
Según afirmaba el sabio, se quiere lo que se puede y no lo que uno quisiera querer. ¡Si lo sabré yo! Por mucho que uno se empeñe, no manda en el sentido de su amor. Ni por mucho que se empeñe la sociedad o los metomentodo. Mucho hemos cantado, escrito y luchado para que yo, usted y él hagamos de nuestra capa un sayo y que nadie venga a imponernos con quién compartir el corazón.
La perversión es casarse para cubrir apariencias y pasear hijos adultos, presumiendo de madre ejemplar, cuando el marido es un polichinela que ni pincha ni corta en la cama y el hijo, un disfraz, mientras la amantísima madre y esposa manipula con ellos las exigentes apariencias sociales de su clase, para no reconocer que su amor real es otra mujer y que tanto la maternidad como el casamiento fueron perversos actos de disimulo. Otra mujer, de la que es un poderoso caballero andante y con la que se gasta en dispendios y viajes el dinero que a mí me roba. Mientras, a mí me están desahuciando de mi casa.
Tenemos el derecho de amar lo que nos dé la real gana. Pero usar al marido y los hijos como coartada para esconder lo que, en realidad, avergüenza, es perversión. Una perversa ignorante, que además de despiadada e inculta es defraudadora.
viernes, 18 de julio de 2008
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