Algunos creadores necesitamos toda una vida para caer en la cuenta de que Mecenas ha muerto. Los que no vivimos desde la cuna en el Parnaso, no tenemos a nadie que venga de parte de César Augusto a comunicarnos que su confidente desapareció.
Pobre, autodidacto y trabajador desde los 13 años, fabulé mucho antes inclusive de aprender a escribir palotes. A partir del momento en que mi propio ambiente se esforzó por desalentarme y disuadirme (en España se maniata a los niños con aptitudes artísticas), comprendí que al no tener formación académica tenía que procurarme los conocimientos que me permitieran relatar de modo eficaz las historias que bullían en mi mente. En tres continentes, superando penalidades que nadie puede imaginar, pasé la vida persiguiendo el sueño y llegó el día en que sentí que ya disponía del método (insólito y muy personal). Entonces, abandoné cuanto de material había conseguido tratando de ser mi propio Mecenas, y volví a España en busca de meter aquellas fabulaciones entre cubiertas de cartoné.
Fui finalista en dos importantes y honestos premios literarios, pero tardé 13 años en ver impreso un libro mío, cuya edición tuve que pagarme yo. Después, procurando atajos, publiqué con dos editoras gay que me trataron peor que a un muñeco de feria. Por último, cuando ya creía que había dilapidado mi vida tras una ilusión vana, llegó un pesebrista báquico a encandilarme con la promesa de disponer de mi mecenas, y me puso en las garras de una soberbia ignorante que se jactaba de patricia y nepotina de la divinidad.
Seguramente absorto en la inesperada fortuna de haber alcanzado por fin la meta cuando la mayor parte de los hombres nos sentamos a esperar la muerte, tardé tres años en darme cuenta de que aquella ignorante no buscaba autores, sino víctimas de desfalco. Su inicialmente amable actitud conmigo se convirtió en seguida en hostilidad muy manifiesta. Ella ha contratado los últimos años un montón de mediocridades con la pretensión de convertirlos en Dan Brown; su hostilidad hacia mí fue creciendo cada vez que me proponía convertirme en émulo del estulto norteamericano y yo me negaba.
Han tenido que transcurrir más de tres años para descubrir EN SUS PROPIOS PAPELES, que la editora me estaba robando los resultados de toda una vida de esfuerzos. Y me he dado cuenta sencillamente cuando ha llegado el momento en que ya no tengo ni para comer mañana. Dado que, al robarme toda posibilidad de supervivencia, no me deja más puerta que la del cementerio, ante esta eventualidad necesita aprontar el odre vacío que tiene en el lugar de la cabeza.
TRUCO EDITORIAL PARA ROBAR DERECHOS DE AUTOR: Según dicta la Ley de Propiedad Intelectual, las editoras tienen que decir al autor cuántos ejemplares se han vendido y pagarle el 10% del importe total. Nada más, salvo que el escritor quiera saber cuántos ejemplares suyos hay en existencia en el almacén y cuántos se han impreso, datos que la editorial tiene que justificar con documentos ORIGINALES. Los libros vendidos son libros vendidos y punto; nadie va a una librería a devolver el libro que compró la tarde anterior. Los libros vendidos son una cifra cerrada que ninguna editora puede alterar a su conveniencia. Toda cuenta presentada al autor complicadamente y restando supuestas “devoluciones” (imposibles), es por fuerza defraudadora. Los libros vendidos son los que usted y yo pagamos en las librerías, libros que jamás aceptarían los libreros que devolvamos. La estafa de las editoriales defraudadoras consiste en restar los libros en existencia a los vendidos!!!
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jueves, 10 de julio de 2008
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