lunes, 11 de agosto de 2008

ESPAÑA, PELIGRO PARA ESCRITORES



ESPAÑA, MAL SITIO PARA ESCRITORES
España aportó a la cultura universal el Siglo de Oro, cuando también era la primera potencia mundial. Hace mucho tiempo que dejamos de ser una potencia y hemos sido durante muchos años muy modestos (aunque ya no tanto) en comparación con lo que fuimos, pero la decadencia político-económica no puede compararse con el decaimiento de nuestra influencia narrativa. Salvo algún que otro caso excepcional, ahora no significamos NADA DE NADA en el panorama mundial de la fabulación literaria y, contrariamente, casi todo lo que editamos aquí son traducciones de éxitos de otros países, Inglaterra y EE.UU. en especial, a despecho de que seamos uno de los lugares donde mayor número de ejemplares de libros se editan y de que esa actividad sume el 1,2% de nuestro P.I.B.
¿Es que hemos dejado de tener inventiva y capacidad fabuladora?
¿Es que no existe aquí potencialidad dramática?
¡Nada de eso! He vivido en siete países, donde siempre afirmé que el sustrato “novelable” de la idiosincrasia de algunos sitios españoles es formidable, en especial Málaga y toda la vertiente sur-penibética, donde en condiciones no tan adversas surgiría sin duda el último de los grandes “booms” literarios españoles, antes de que los libros sean sustituidos por otra cosa, como vemos que ocurrirá muy pronto.
Entonces, ¿en qué consiste el problema? Supongo que hay que ser, como yo, escritor de libros para enterarse. Ocurre que en España los escritores somos parias. No hay nadie que sea más paria en España que un escritor. Nadie cree en España que el de escritor sea un oficio respetable, sino sólo una especie de “hobby”. Casi siempre que me presentan a alguien como escritor, me pregunta “Y… ¿cómo te ganas la vida?”. Ahí reside la esencia del problema. Hasta los buenos lectores creen que escribimos para divertirnos y que no tenemos por qué ganar dinero con ello. Y las editoras que un amigo mío llama “pateras” consideran que no hay que pagar a los escritores sus derechos, pues entienden haberse apropiado del libro entregando el anticipo de los derechos que marcan los contratos.
Ustedes replicarán: “¿Pero es que a Pérez Reverte, Vargas Llosa, Gala o los herederos de Torrente Ballester no les pagan sus derechos?” Sin duda cobran, pero yo revisaría meticulosamente las liquidaciones de derechos de autor.
Los demás, no cobramos. Ustedes dirán “bueno, un escritor no importante, tampoco va a ganar mucho”. Yo no soy un escritor famoso, pero llevo editados en papel once libros, más seis que están saliendo estos días en un portal de internet. Diecisiete en total. De cuatro de esos libros editados en papel, mis últimas cuatro novelas, van 16 (dieciséis) ediciones en tres años y medio, lo que podría representar al menos unos 48.000 ejemplares vendidos. Pero la editora no quiere pagarme mis derechos de autor, que según varios amigos libreros (la editora JAMÁS ME INFORMA DE CUÁNTOS LIBROS VENDO) sumarían 150.000 euros estos últimos cuatro ejercicios. Desde abril de 2008, que es cuando recibí la última liquidación, correspondiente a todo 2007 (¡2.000 euros!), me costó dos meses entender el daño que desde hace cuatro años me está infligiendo la editorial, a base de preguntar y consultar a especialistas; antes, jamás se me habría ocurrido sospechar que trataba con una ladrona estafadora.
Por eso España no significa NADA literariamente en el mundo. Porque las editoras no permiten madurar las capacidades creadoras al no pagar a los escritores. Nadie podría dedicarse en exclusiva a la literatura, sin cobrar. Y lo más escamante es que el Ministerio de Industria y Comercio lo sabe. Todo el mundo sabe que las editoras estafan. Lo saben los periodistas. Lo saben los medios de información. Toda España sabe que no nos paga a los escritores. Pero nadie tiene la gallardía de hablar de ello, para que se solucione el problema y España pueda seguir pesando narrativamente en el mundo. Si un escritor reclama lo que se ha ganado, sencillamente, puede ocurrirle, como a mí, que lo amenacen de muerte tres veces. Y por el camino que van…
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