miércoles, 27 de agosto de 2008

AMOR MORTAL


AMOR MORTAL

Otro de los libros de relatos en marcha, que versa sobre uno de los grandes males de nuestro tiempo, es el más coherente de todos los que tengo más o menos acabados, porque posee una trama argumental que da continuidad a relatos que, por otra parte son independientes, a la manera de las noches peligrosas y las estratagemas de Sherazade.
Esre libro, que está por redondear a pesar de los cual lo he registrado ya, lo ofrecí muchas veces a gente diversa, incluida la editora que me ha robado mis derechos de propiedad intelectual y que todavía no me ha pagado, aunque aseguró hace un mes que iba a hacerlo “de inmediato”.
Aunque hace muchos años que trabajo intermitentemente en esta historia, no avanzo lo bastante rápido porque me echo a llorar cada vez que añado unas líneas.
Le he atribuido varios títulos provisionales, pero aún no he elegido un título definitivo porque no quiero que sea escatológico en absoluto
Aquí tenéis las dos primeras páginas.

PRIMERA JORNADA.
David alzó un poco la cabeza de la almohada. Estaba amaneciendo y no acababa de decidir si le molestaba más el olor a medicamentos y desinfectantes o el silencio. Sus dos compañeros de habitación dormían profundamente... o lo fingían. No creía que Faly poseyese doblez como para fingir estar dormido, era un gaditano librepensador y divertidísimo, a pesar de ser de los tres el que peor aspecto presentaba y el que más lloraba; Guillermo sí poseía doblez; era uno de los tipos más hoscos que había conocido nunca. Sospechaba los porqués, pero nunca se había sincerado a fondo ninguno de los tres durante las dos semanas transcurridas desde que les obligaran a compartir la habitación.
Todo ese tiempo, a David le rondaba la misma idea; aunque los médicos no se lo hubieran dicho a ninguno de ellos de manera manifiesta, estaba claro que les habían agrupado a los tres en esa habitación para esperar la muerte. Miró con ojos húmedos hacia la claridad, deslumbrante ya, que las cortinas no opacaban; más allá de esos cristales, allá abajo, la vida discurría indiferente al drama que los tres compartían. Si evocaba la belleza de un jardín o el placer de una noche loca, se echaba a llorar, y al parecer era lo mismo que les ocurría a sus compañeros, que también lloraban a todas horas muy copiosamente. Eran tres condenados a muerte porque ninguno de los tres llegó a tiempo a los modernos tratamientos que, según aseguraban,habían convertido el sida de mortal en “enfermedad crónica”. Ellos eran tres condenados a muerte tal como cuando en los años ochenta el mal era una epidemia fatal. Nada podían hacer para salvarse, pero tenían que idear un medio de vivir lo más amenamente posible el tiempo que les quedaba.

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