jueves, 2 de octubre de 2008
Disculpen la repetición. SIGO CON DESPUÉS DE LA DESBANDÁ
Ayer me confundí y repetí un cuento que ya había reproducido aquí. Perdonadme.
Hoy traigo uno escrito no hace mucho.
Tenéis mi gratitud por los datos y anécdotas que tan abundantemente estáis proporcionándome par ala escritura de "Después de la desbandá".
Cuestiones decisivas me las han aclarado ya, pero sigo necesitando mucha más información de los años comprendidos entre 1937 y 1947, sucesos sonoros, escándalos sexuales, juicios con gran repercusión, influencias y corrupción, catástrofes naturales, etc.
Me hace falta el nombre de los obispos de esa época, y si alguien lo conociera, el mes exacto en que Arias Navarro se hizo cargo de la fiscalía.
¿Cuántos encarcelados políticos llegaron a haber en 1937? ¿A cuántos fusilaron?
¿Los asesinatos de la república fueron investigados, por ejemplo en Las Pellejeras?
¿Alguien sabe los nombres de los gobernadores civiles de esa etapa?
Me interesan muchísimo las anécdotas sobre el racionamiento, el estraperlo y el contrabando, tanto en la capital como en la costa (Gibraltar-La Línea Algeciras,-Ronda-Antequera-Málaga). Si alguien se acuerda del precio del pan en 1937 y en 1946, sería útil. ¿Cuánto costaba el cine? Hurtos y asaltos en la calle.Fortunas repentinas Número aproximado de fusilados cada uno de esos años
Prostitución y curas.
Consignaré en los créditos los nombres de quienes me ayuden. Datos, anécdotas, circunstancias políticas de aquellos momentos, etc. Serán muy bienvenidos.
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La editora de mis cuatro novelas más célebres, se ha apropiado ilícitamente de mis derechos de propiedad intelectual y de mis novelas. ES UNA LADRONA. No la enriquezcáis más. Comprad mis libros en www.leer-e.com
Este es otro de los cuentos que pronto tendréis en volúmenes que estoy ultimando.
EL MASAJISTA
-Es el mal de los ejecutivos, Javi. El estrés que padecen todos los profesionales que pasan más horas de la cuenta en tensión, inclinados sobre la mesa del despacho; nada más que eso, el fruto de las malas costumbres.
Javier Rodríguez observó de reojo la sonrisa irónicamente afectuosa de Paulino Ugarte, el único médico que le inspiraba confianza porque era amigo suyo desde la niñez y, por lo tanto, el único a quien le permitía que hurgara en sus malestares. Se encontraba sentado en la camilla, con el torso desnudo, y Paulino le examinaba la espalda y el cuello.
-Pues aunque sea el mal de los ejecutivos, es una cabronada de mal.
-Lo que te pasa no es esencialmente físico, Javi, lo sabes de sobra.
-¿Estás seguro?
-Mira, Javi; casi todos los días llegan a la consulta recién divorciados. Me refiero a hombres, porque las mujeres viven esas cosas con otro talante. Todos los hombres recién separados se quejan de molestias, a veces tremendas, y te puedo asegurar que lo que les pasa al noventa por ciento es que están deprimidos. Presentan síntomas de ansiedad y, sobre todo, de estupor, porque los hombres sobrellevamos la soledad peor que las mujeres.
-¿No estarás intentando convencerme de ir a un psiquiatra?
-Bastaría con que tomaras un ansiolítico suave durante unos días. Estás demasiado tenso. Tienes los músculos de la espalda como piedras.
-Sabes que no me gusta tomar drogas.
Paulino Ugarte carraspeó. Su amigo Javier había sido igual desde la niñez, demasiado rígido, demasiado ajustado a las normas y excesivamente reacio a experimentar con nada. Cualquier joven lo consideraría un "carca", a pesar del éxito de su empresa financiera, que tan moderna parecía. Sonrió, tratando de que su amigo no lo advirtiese.
-También podrías darte unos masajes -aconsejó.
-¡No faltaba más! Como si me sobrara el tiempo.
-Esa es otra cuestión, Javi. ¿Te has preguntado si el abandono de Leticia no se deberá a lo mucho que trabajas? A ninguna mujer le gusta que su marido vuelva de la oficina a las doce de la noche, casi siempre.
-Leticia no es un dechado de romanticismo.
-Sí, bueno, ya se sabe que, según el tópico, las norteamericanas no son tan apasionadas como las españolas. Pero la realidad es que vives demasiado absorbido por tu empresa, Javi. Necesitas divertirte, ahora más que nunca.
-Yo me divierto con mi trabajo.
-Pero tu cuerpo te lo reclama y acabará pasándote factura. Tienes, como yo, cuarenta y ocho años, ya no somos niños, y con tanto deporte como hiciste en el pasado, ahora da la impresión de que también eso lo consideras una pérdida de tiempo. Trata de relajarte, chico, comprobarás que retomas el trabajo con mejor disposición. Unos masajes te sentarían muy bien.
-¿Puedes recomendarme alguna masajista?
-Ten la tarjeta de este gabinete de fisioteapia. No los conozco, pero me han dicho que son buenos.
Despertó con el cuello agarrotado por la tortícolis y lo primero que recordó fue el consejo de Paulino. Maldijo el dolor que sentía. Al abandonar la consulta, como era viernes, había proyectado dedicar el fin de semana al deporte, pero la tirantez y el dolor de los deltoides iban a impedirle también ese desahogo.
Contempló la habitación, enorme ahora que Leticia no andaba trajinando entre el cuarto de baño y el vestidor, dubitativa como siempre a la hora de elegir la ropa, y más enorme aún porque no sonaban en la planta baja ni en el jardín las risas de los niños. ¿Por qué habían tenido que abandonarle ahora, cuando estaba a punto de cerrar la operación de Brasil, que representaría el primer paso de la implantación internacional de su empresa? Cuando estaba a punto de materializar el sueño que tan afanosamente persiguiera, Leticia había cumplido su reiterada amenaza de irse con la niña y el niño a fin de tomarse los dos años de reflexión en los Estados Unidos, que hacía tres años que decía necesitar. Ahora, el éxito empresarial perdía justificación porque había perdido a las personas por las que lo buscaba. Solo en el chalé, sentía que se quedaba sin fuelle y la casa resultaba gigantesca, inhóspita.
Marcó el número de la clínica fisioterapéutica. Respondió un contestador.
Tomó una prolongada ducha caliente, a ver si el dolor se aliviaba. Se afeitó desganadamente, observando con desagrado al sujeto de cara avinagrada que reflejaba el espejo. Sí, como decía Paulino, a los cuarenta y ocho años uno ya no es un niño, por muy sólida que pareciera su carne y aunque todavía usara la talla cuarenta y dos de pantalones. Era un hombre maduro, tenía que reconocerlo, un solitario y abúlico personaje cuyas ilusiones se estaban desmoronando. Y, para colmo, con un dolor que le impedía girar la cabeza.
Dado que había pasado una hora desde el primer intento, volvió a marcar el número de la clínica. De nuevo el contestador automático. Era lógico; en sábado no trabajarían, aunque también era lógico suponer que la gente recurriría a los masajistas preferentemente los fines de semana, cuando se disponía de tiempo para cosas tan superfluas.
Miró por la ventana a ver si ya le habían dejado los periódicos. Viendo que sí, bajó a recogerlos y les dio una ojeada mientras preparaba café.
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