Cuando los autores más vendidos han abandonado todo rigor en el uso correcto de la lengua, los “correctores” editoriales “descorrigen” los textos introduciendo errores garrafales en redacciones limpias y las editoras se apropian ilegalmente de los derechos de los autores, uno no tiene más remedio que ser pesimista sobre el porvenir de nuestra literatura.
Antaño, nuestra literatura fue determinante en el mundo. Sin llegar tan lejos como el “siglo de Oro”, tenemos que recordar a Ortega, Machado, García Lorca y los excelentes dramaturgos del XX, por mencionar sólo a los más llamativos. ¿Qué nombre podríamos esgrimir ahora en nombre de la calidad suprema de la creación literaria? Lamentablemente ninguno. Dicen que somos una nación donde se lee poco, aunque parece que no tan poco como se quejan las editoras; pero los ídolos de los pocos lectores que sí existen, o de los muchos que se abstraen con sus libros en el metro, no tienen ninguno nombre español ni ha nacido en España.
Entre la editoras que tratan de obligar a sus autores a que remeden a Dan Browm, las que roban a sus autores, las que dejan que se edite torpemente, las que permiten que se ignore la RAE y a Nebrija, cualquier día nos vamos a topar con que las Cortes vuelven a meterse en camisa de once varas (como cuando legislaron que estemos obligados a usar topónimos no españoles) y prohíban a las editoriales publicar a autores españoles originales fetén; sólo permitirán a los imitadores sin talento.
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