Ayer meditaba sobre la adoración y veneración al poder simplemente porque es poder, un vicio que se da en España más que en los otros países que yo conozca.
Es posible que todavía no nos hayamos sacudido el peso de la educación dictatorial. Ante determinadas situaciones, son muchos los que cierran los ojos y se comportan como si temieran que pueda abrirse la puerta y entrar un batallón de grises a llevárselos a una mazmorra. “No te metas en eso” “No sabes dónde te metes” “No te metas con ése” “¿Qué podrías hacer tú?” “No te conviene airear esa injusticia”… son frases “cuerdas y sensatas” que oímos constantemente. Frases que la gente corriente esgrime como carbones encendidos contra cualquier acechanza que sus pequeños intereses pudieran padecer.
¿Nos ha penetrado la libertad hasta lo más profundo de la conciencia? ¿Sabemos ser verdaderamente libres? Creo que no. Creo se nos han indigestado muchas de las nociones que sustentan la libertad y la democracia. Me parece que si alguien no se exalta ante injusticias manifiestas, se calla y deja pasar, no es solidario ni es consciente de ser, a pesar de que pregonemos con insufrible autobombo que somos solidarios porque ayudamos a gente lejana cuyo rostro no conocemos. La realidad es que por miedo insolidario hasta con nosotros mismos, concedemos al poderoso el derecho supremo de equivocarse tanto cuanto le dé la gana.
¿Posee grandeza esa gente temerosa y conformista? Decían los socráticos que los sabios tienen sobre los ignorantes las mismas ventajas que los vivos sobre los muertos. ¿Estaremos un poco muertos y por eso no abominamos de las mentiras ni del cinismo? ¿No estaremos a punto de descomponernos y por eso tememos levantar la mano –aunque sólo sea para preguntar-, no se nos vaya a caer al suelo?
lunes, 28 de abril de 2008
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